Helen Alegría, la desinteresada vecina de la serie Los Simpson, constantemente gritaba: “¿Alguien por favor quiere pensar en los niños?”. Al pasar el tiempo, la pregunta se convirtió en meme y metáfora de hipocresía. Se profiere para criticar con humor la “preocupación”, mientras se actúa contra la infancia. Bien podríamos repetirla en el tema de la educación pública en Colombia y en Manizales como reflejo del país: decir que “pensamos en los niños” mientras permitimos que se cierren escuelas.
En el 2005, según datos oficiales de la Secretaría de Educación de Manizales, en respuesta a derecho de petición, Manizales tenía 83 Instituciones Educativas Públicas y 178 sedes. Al cierre del 2024, quedaban apenas 51 y 110 respectivamente, una reducción del 40%. Por el lado de la Secretaría de Educación de Caldas, pese a varias solicitudes, se niegan a entregar información. Pero lo que ocurre en Manizales es un espejo de Colombia, que ha perdido desde el 2005 más del 44% de sus establecimientos educativos. Hoy sobreviven 7.840.
Lo absurdo o mejor, una paradoja: se cierran escuelas y cada vez nacen menos niños, pero los salones están atiborrados. En el 2005, Colombia registró más de 700 mil nacimientos, y en el 2024 apenas 445 mil, la cifra más baja desde que existen registros y, aun así, se redujeron en forma drástica las escuelas y los docentes. Entre los países de la OCDE, a corte del 2019, somos últimos en promedio de estudiantes por salón en primaria, con 26.6, y penúltimos en secundaria con 28, lejos de la media del ranking, de 14.6 y 13.3, pero en la práctica, vemos aulas de 40 ó 50 estudiantes donde antes había 30. Lo que permite que, en el área rural, sobrevivan escuelas de pocos estudiantes. Es el papel clave que han jugado los jueces de tutela y cortes como la Constitucional.
En La Dorada, por ejemplo, en salones asfixiantes en los que el calor supera los 40 grados, enseña con amor la profe Karime, una mujer de cabello rizado, sonrisa genuina, ojos brillantes, vocación de enseñanza, conocimiento profundo y chispa vital, quien tiene a su cargo a 34 niños del grado quinto. A esa temperatura, los estudiantes sufren por los golpes de calor, como en aquel cuento de Gabo sobre un pueblo “donde los músicos tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían los instrumentos a pedazos”. Ella es símbolo de los miles de maestras y maestros que sostienen la educación en medio de condiciones extremas de hacinamiento, problemas de infraestructura y falta de dotación. El hacinamiento dificulta el aprendizaje, enferma, agota la salud mental, degrada la convivencia.
Lo anterior es consecuencia del Decreto 3020 del 2002, cuyas “relaciones técnicas”, pensadas más con criterios fiscales que pedagógicos, no han sufrido modificación alguna en más de 20 años. Los sindicatos hemos firmado una y otra vez acuerdos para modificar la norma, pero los gobiernos nacionales, incluido el actual, han incumplido.
Pensar de verdad en los niños sería actualizar relaciones a estándares de países del primer mundo y reglamentar de manera adecuada el Sistema General de Participaciones, financiar la educación como derecho, abrir escuelas, no cerrarlas, y propiciar ambientes escolares dignos y atención adecuada para estudiantes. En conseguirlo nos deberíamos unir todas y todos sin distingo alguno.