Un hecho cualquiera puede generar diferentes emociones entre diferentes personas. Un atardecer manizaleño, la florescencia de un guayacán amarillo, la armonía del vuelo de un gallinazo, pueden emocionar a algunas personas mientras que para otras pueden pasar inadvertidos. La realidad es una sola, pero las miradas son diferentes y son tantas como observadores existan, pues dichas miradas están condicionadas por la formación, experiencia, sistemas de valores y creencias o preferencias del observador y de allí, las diferencias en las reacciones o respuestas frente a los hechos.

Mientras estamos hablando de las posibles emociones que generan o no el colorido de un ave, la luminosidad de un atardecer o la belleza de un árbol, pues parece no haber mucho lío. El problema aparece cuando, producto de las emociones generadas a partir de algunos hechos, se derivan comportamientos en contra de aquellas personas que tienen perspectivas diferentes a la propia.

Las reacciones violentas en redes sociales, en las vías públicas, en los estadios o entre grupos de personas, en las que aparecen el maltrato, el irrespeto, la denigración, la difamación y los insultos, derivadas éstas de las diferencias en las apreciaciones ante una decisión arbitral, una decisión judicial, una decisión de un jurado -por ejemplo en el Caldense del Año-, o en el reciente debate por el uso de la ciclobanda o por el proyecto de parque de las mascotas en el barrio La Enea, parece que las hemos normalizado bajo el precepto de que resultan inevitables o, en algunos casos, al reducirlas a reacciones propias del sectarismo en la política.

Estoy convencido de que son evitables y, si son propias de algún ámbito de la vida social, pues deberíamos proponernos transformar el ejercicio de la ciudadanía y promover decencia, respeto, pulcritud en las relaciones interpersonales, especialmente en las interacciones en los campos sensibles como en la política. La polarización tiene muchas raíces y tal vez las más fuertes se relacionan con la falta de habilidades sociales, la inconsciencia y la poca inteligencia emocional que parecen dominar en nuestra sociedad.

Lo que especialmente se valora, lo que se estima importante, tiende a ser cuidado, protegido, defendido. Y eso está bien, siempre y cuando dicha defensa sea pacífica, racional, enmarcada en la decencia y el respeto a los demás. Así entonces, en ejemplos como el proyecto de parque de las mascotas, las diferencias bien pueden ser la base de un debate que construya sociedad, fortalezca democracia, construya confianza, en lugar del campo de batalla que estamos presenciando.

Y para construir sociedad y democracia, pensando en el país y en medio de una campaña presidencial, muy nutritivo resultaría un debate electoral sensato, que puede ser acalorado sin dejar de ser pacífico, respetuoso e inteligente, en el que se expongan las diferentes visiones de país que, por ser tan diferentes, no deberían anularse o cancelarse unas a otras, sino que por el contrario deberían aprender a coexistir como lo hacen en democracias maduras y países prósperos. Pues también creo que nuestro atraso y tantos problemas que hemos acumulado a lo largo de los años se debe en parte a nuestras limitadas capacidades de relacionarnos, conversar y construir acuerdos desde la diferencia.