En algún recorrido desprevenido por la ciudad, recién llegado a Medellín hace más de una década, me encontré en una estación de servicio una modesta caseta de la que sobresalía un letrero sencillo y sobrio que contenía un proverbio hindú: “Al final, todo termina bien. Si no termina bien, no es el final”. Es una buena práctica de JuanB -así se llama el establecimiento que opera en la caseta-, la de compartir frases poderosas que renueva cada tanto. Una manera sencilla y potente de ejercer su responsabilidad social empresarial.

Esta frase es toda una invitación a reflexionar acerca de nuestra perspectiva frente a lo que nos sucede a diario a cada uno como individuos o a todos como sociedad. Nuestra respuesta a los sucesos dice mucho acerca de nuestra madurez sicológica, nuestro nivel de conciencia y de paso, de nuestra salud mental. Si ante un suceso impactante reaccionamos dominados por el miedo, o derivamos en angustia o reventamos de ira, pues es bien diferente a si respondemos con serenidad, claridad mental, sensatez y cordura.

El proverbio citado parece fundamentarse en una mirada espiritual de la existencia humana, en la que cada hecho, cada persona o cada cosa que aparece en nuestras vidas, llega con el propósito de regalarnos un aprendizaje que no siempre nos resulta agradable o cómodo. Cada uno decide si toma la lección o se resiste a ella, pero es necesario recordar que la vida se empecina y casi siempre, resistirse a un aprendizaje conduce a una nueva experiencia igual o peor de incómoda.

Ante situaciones que resultan adversas, es muy nutritiva la perspectiva de largo plazo que ofrece el proverbio, pues da cuenta de la posibilidad de un próximo cambio favorable de las circunstancias que nos agobian. Alguien podrá citar las leyes de Murphy al decir que “cualquier situación, por mala que sea, es susceptible de empeorar”, pero también resulta claro que la posibilidad de que una mala situación empeore se incrementa cuando, llenos de miedo o angustia, tomamos decisiones y actuamos torpemente provocando nosotros mismos que la situación empeore.

Antanas Mockus en algún momento dijo algo como: “Prefiero equivocarme luego de confiar, que acertar luego de desconfiar”. Y para reforzar la propuesta de Mockus hay otra frase popular: “El ave canta aunque la rama cruja, pues confía en el poder de sus alas”, que resulta muy apropiada para el momento actual del país y de la humanidad en general.

Estoy convencido de que la suerte del colectivo se construye a partir de las decisiones y actuaciones de cada uno de los miembros. Y parece obvio que al colectivo le va mejor cuando cada uno hace su mejor aporte en procura de los objetivos superiores del colectivo.

La vida nos enseña que, conscientes de las dificultades y amenazas que estemos enfrentando hoy, hay razones para confiar en “nuestras alas” y en la posibilidad de mejores opciones de futuro a partir de las transformaciones de lo que hoy nos duele, nos afecta, nos angustia. En el mismo sentido, es responsabilidad de cada uno aportar lo mejor que tiene. Ojalá sea mucho más y mucho mejor que el miedo, la angustia o la rabia que han abundado por tantos años que tanto dicen de nuestro egoísmo.