Durante las fiestas bicentenarias de Salamina pude asistir a varios eventos que resaltaban esa importante fecha. Fui gentilmente invitado por la colonia salamineña de Manizales a participar en la comparsa del Batallón Salamina con la que se engalanó el desfile del 7 de junio y estuve en la presentación de un libro que me llamo muchísimo la atención, ya que interrumpía el trillado discurso patrimonial enfocado en un turismo tóxico. En este evento, Salamina celebró su pasado en función de su propia gente, se rescató un aspecto muy olvidado por todos los estamentos, no solo del histórico, y se habló de la niñez. ¡Qué bella simbología la de hablar de los niños en un evento tan sobrio como lo es un bicentenario!

Los promotores de este evento fueron un grupo de egresados de esa institución encabezados, no cabe duda, por Martha Patricia Meza, por el padre Guillermo Sarasa, su hermano Jorge y Orlando Toro Ceballos. Emociona este libro, porque es un homenaje espontáneo y sentido de estos alumnos a la directora del kínder, a la señorita Francisca Jaramillo Valencia.

Me gusta porque aquí no hay planteamientos ideológicos, a pesar de estar los cuatro integrantes perfectamente dotados para escribir varios libros fundamentando la importancia de ese hecho. Demuestran los cuatro editores/escritores que saben vivir y por ende saben celebrar una fecha como el Bicentenario de Salamina. Hay altura en el gesto, posición que solo se sustenta en un corazón pleno. Celebrar y envejecer son hechos netamente humanos.

Homenajear a una educadora en el Bicentenario es entender a Salamina y su legado, en el que las letras son el componente definitivo. Es mayor el patrimonio que posee Salamina en sus libros que el que muestran a los turistas en sus pintorescas calles, va primero el espíritu y después la materia.

Todos ellos: Emilio Robledo, Agripina Montes, Juan B. López, Jaime Mejía o Rodrigo Jiménez, tuvieron un educador al inicio de sus vidas que supo orientar y alentar esa vocación. Esa voz y esa mano maestra fueron decisivas y las tuvo que haber en Salamina en abundancia, porque no hay pueblo en Caldas que tenga en sus anales tanto hombre de letras como Salamina, haciéndole sombra a la misma Manizales, a Riosucio y a la otra gran potencia caldense: Aguadas.

Saber que los inicios son tan valiosos como los rimbombantes triunfos, comprueba que Salamina es dueña de un buen sentido común y su edad e historia no le han causado ruidosas o ignorantes ínfulas.

Las 162 páginas, tamaño oficio del libro, cosidas con una espiral como si fuese un cuaderno escolar, vienen detalladamente diagramadas, donde las fotos muestran que se vivió a lo largo de esos 30 años que existió el Kínder Santa Teresita. Me imagino que solo por medio de una exhaustiva investigación se pudieron elaborar las listas completas de los parvulitos.

Fotos individuales, así como las consabidas de grupo a finalizar el año, guían al lector por un mundo pasado, a pesar de que los protagonistas, la mayoría, estaban sentados en las sillas enseguida a la mía, riéndose de las nostálgicas anécdotas que alguno soltaba en la ronda.

Recordar es vivir, y diría: vivir plenamente.