J.B libanio, teólogo Jesuita, escribió un buen libro titulado "En busca de lucidez", vivir con sensatez en tiempos de cambio, invitando a los cristianos y no creyentes a tener criterios seguros en el caminar actual.

Me vienen al caso dos hechos: el 30 de abril de 1945 el señor Adolfo Hitler, cerebro Nazi e impulsador de los fatídicos campos de concentración, ponía fin a su vida en el escondite en Berlín. Junto al tiro en la sien, se hizo realidad lo que anotaba con frecuencia: "La brutalidad produce respeto", pero brota en odio y destrucción sin lucidez.

El otro hecho es el fallecimiento del recordado con cariño papa Francisco el 21 de abril del 2025, en plena Pascua, brote de vida en Cristo entregada por amor, en perdón, en pobreza.

Me parece captar sol y sombra en dos actitudes de dos líderes que nos dejan seria herencia. No es lo mejor la brutalidad que brota en violencia con su cortejo de odios y muertes, división y caos. A todas luces se reconoce que es mejor el legado del papa Francisco: misericordia, humildad, sencillez, fraternidad, llamado a la igualdad y al cuidado de unos con otros.

El legado de Francisco ha estremecido al mundo; creyentes y no creyentes hemos reconocido que este decidido y concreto seguidor de Cristo ha mostrado que el Señor y su evangelio son sendero propicio hacia una sociedad mejor, hacia una lucidez sensata en el diario acontecer de la vida individual y global de los humanos sacando adelante el proyecto divino en una creación hermosa que hemos marchitado.

No debemos olvidar su invitación universal a ser hermanos (carta "fratelli tutti", todos hermanos), a valorar y cuidar la creación, el universo, el planeta, los seres humanos (carta "laudato si", alabado seas Señor), mantener vivo el llamado a dar a conocer la verdad ("Evangelium gaudium", el gozo del evangelio), la evocación del papel de la mujer, la juventud, la niñez, los marginados en la vida de esperanza y avance unidos.

Más que sus palabras, brillaron sus gestos: callejear la fe, ir a las fronteras, oler a evangelio, a los marginados, necesitados, olvidados; su sonrisa al aire, sus abrazos cálidos, su carro sencillo, su maletín de siempre, sus zapatos del diario, sus miradas acogedoras. En verdad: luz y sol en gozo de fe.