El juicio al presidente Uribe es -sin duda alguna- una persecución política. Este no es un proceso judicial. Dos fiscales pidieron la preclusión -no había delito- y cuatro delegados del Ministerio Público han dicho que debe ser declarado inocente. El fiscal que lo acusó había sido nombrado por Montealegre -el ministro de Justicia y alegada “víctima” en el proceso-, luego lo removieron, pero la acusación quedó en firme.
Sabemos que es una persecución política. Lo primero es la presencia ineludible del senador Cepeda, que ha hecho su carrera atacando a Uribe desde la extrema izquierda. Y lo ha hecho mientras paralelamente ha sido un defensor férreo de la idea de los delitos políticos de las guerrillas, auspiciador de los diálogos e impulsor de toda la impunidad, y principal protagonista de la Paz Total.
Tal vez hoy cabe recordar cómo fue el senador Cepeda el confeccionador de la teoría del entrampamiento para defender a los narcoterroristas Iván Márquez y Jesús Santrich. Recuerdo verlo en su carro recogiendo a los hampones. En mala hora logró que no los extraditarán, pues como todos sabemos, sus protegidos fundaron el grupo terrorista la Nueva Marquetalia, responsable de tantos y terribles crímenes.
Es evidente que a Cepeda no le gusta la política de seguridad democrática que derrotó a los violentos, que encarceló paramilitares y guerrilleros y que les acabó el discurso de revolución. Esa política y su efectividad convirtió a Uribe en el símbolo del triunfo sobre los violentos no solo en Colombia, sino en todo el continente, que había sufrido por la financiación rusa y cubana de ejércitos ilegales que pretendían imponer el socialismo o el comunismo.
Se les derrotó. El sueño revolucionario murió. Y obvio, esas izquierdas que añoraban su éxito, se quedaron con los crespos hechos. Uribe es su enemigo, sin duda.
Ahora que las nuevas generaciones ya no les comen tanto cuento están preocupados. Habían dicho que Colombia era un paraíso hasta que llegó Uribe, que organizó una guerra y sacaron las espeluznantes cifras sobre falsos positivos (que nos duelen y rechazamos) y las convirtieron en el legado de Uribe. Eliminando la verdad, que miles de colombianos salvaron su vida por esas políticas. Ahora que los ilegales volvieron al secuestro, la extorsión, los retenes en las carreteras, las bombas, los atentados, ahora que volvimos a ver una pequeña muestra de lo que fue nuestra realidad, los jóvenes están entendiendo a Uribe. Entienden que aquí no han cometido crímenes altruistas, sino terroristas, no revolucionarios sino narcos.
Esta es la batalla en la que estamos: Uribe y la institucionalidad, contra la historia retorcida que pretenden imponernos los defensores de la violencia política y la impunidad. Uribe jamás fue paramilitar, por eso sabemos que los testimonios de un par de hampones que buscan beneficios a cambio de su declaración, son falsos.
Dios ilumine a la juez. Una sola mujer para tomar una decisión que define nuestra historia, y que puede ser el inicio de que Colombia tenga perseguidos políticos. El presidente Petro se regodea hablando de Uribe, en 12 ocasiones se ha referido al proceso. En vísperas electorales, pensará, que el fallo puede convenirle, como a Cepeda cuya decisión de ser candidato presidencial está ligada a este fallo. Solo hay un fallo posible para que la justicia sea justa: Uribe inocente.