Este jueves fui a tomar un vuelo que salía de un aeropuerto a una hora y media de mi casa, debía estar en mi destino en tres horas, con una escala intermedia de una hora. Sin embargo, me tomó nueve horas llegar al sitio final. El retraso fue debido a los incumplimientos de una aerolínea colombiana que acompaña su marca con el lema El cielo es de todos: ‘avianca’, que ahora escriben con minúscula como expresión de inclusión.

Pensé que este retraso de seis horas había sido lo máximo que podía suceder, pero, al día siguiente, cuando debía tomar el vuelo de regreso, llegué al aeropuerto y me encontré con la sorpresa de que mi vuelo, programado para las 4:00 p.m., saldría a las 6:30 p.m., lo que me haría perder la conexión que tenía a las 6:20 para regresar a casa. Pregunté: “¿Cómo voy a regresar?”. La respuesta fue: “Se puede quedar y la enviamos en un vuelo mañana”. Cuando indagué cómo solucionaría la dormida me respondieron: “Se puede ir en un vuelo de las 10:00 p.m. para llegar a su destino final a las 11:00 p.m.”. Como tenía que conducir una hora y media para llegar a mi casa, no me pareció tan divertido y traté de explorar otra alternativa.

Se acercó la supervisora de la aerolínea quien, con los brazos en jarra y cara de pocos amigos, me dijo: “Usted no entiende, aquí hay unas reglas y tiene que aceptarlas”. Traté de explicarle mi situación, pero se limitó a decir: “Eso no es problema de avianca, usted verá qué hace; si usted no fuera una persona, sino una masa de gente, tendríamos que ofrecerle alguna solución, pero como está sola, es su problema”. Traté de apelar a su sentido de humanidad, que parece no era parte de sus competencias, me contestó: “Usted no entiende, esto es una empresa, aquí no nos interesa lo humano, solo la rentabilidad”. En medio de mi asombro dije: “¿Se da cuenta de lo que me está diciendo?”. Respondió: “Sí, me doy cuenta y no me importa, son políticas de la empresa, usted no nos interesa”.

Acepté el vuelo nocturno, que realmente salió a las 11:45 p.m. y llegó a su destino a la 1:00 a.m., solo faltaba recoger la maleta, pero para seguir sumando puntos en este recorrido, la maleta nunca llegó. Un viaje que era de seis horas, ida y regreso, se convirtió en 22 horas. Perdí mi maleta y fui tratada como un objeto por la supervisora de la aerolínea que se enfoca en inclusión. Sería bueno que alguien les contara qué quiere decir inclusión y qué tiene que ver esta con el sentido de humanidad, que, por supuesto, no lo tiene la poco amable supervisora de ‘avianca’.

No son los políticos, no son los dirigentes autócratas, no son los terroristas y guerrilleros, somos todos. Perdimos el sentido de humanidad y queremos que el mundo cambie, queremos que alguien haga algo que no estamos dispuestos a hacer. Humanidad es sinónimo de vulnerabilidad, que me gusta definir como ‘la necesidad de protección que tenemos los seres vivos’. En estos dos días me sentí desprotegida.

No quiero ser parte de esto, no quiero sentirme víctima y tampoco quiero agredir o ser verdugo de otros. No es momento para ignorarnos, atacarnos y hacernos daño, es tiempo para reconocer que todos hacemos parte de esta humanidad profundamente herida y necesitada de protección y cuidado.