El reciente concierto “Grace for the World” en la Plaza de San Pedro, con artistas de talla mundial y un espectáculo de drones sobre el cielo romano, fue presentado como el cierre del III Encuentro Mundial sobre la Fraternidad Humana. La Fundación Fratelli Tutti buscó allí un símbolo de unidad y esperanza. No obstante, la pregunta que queda es inevitable: ¿era este el mejor modo de celebrar el espíritu de la encíclica del Papa Francisco?
Fratelli Tutti no es un canto a la espectacularidad, sino un llamado profundo a redescubrir la fraternidad como núcleo de la vida humana y social. Nos recuerda que la política debe ser entendida como una de las formas más altas de caridad, al servicio del bien común. Reivindica el respeto y la dignidad de toda persona, más allá de fronteras y diferencias. Insiste en la dimensión de hipoteca social que acompaña a todos los bienes acumulados: la riqueza no puede desligarse de la responsabilidad de compartirla con quienes carecen de lo más básico. Ese horizonte, de justicia y solidaridad, dignidad humana y cooperación internacional, debería ser el centro de cualquier celebración.
Es cierto que el arte tiene un lugar fundamental en la historia de la fe y de la humanidad. La música, la belleza y la creatividad despiertan emociones, abren horizontes de sentido y pueden acercar a lo trascendente. El concierto de Roma tuvo la virtud de dar visibilidad global a un mensaje de fraternidad.
Las luces de los drones no deben opacar las sombras del hambre que aqueja a millones de personas en África, ni las heridas de las guerras en Ucrania y en Gaza, ni el drama de los migrantes que mueren en el Mediterráneo buscando un futuro mejor. La fraternidad no se puede reducir a un espectáculo luminoso: debe ser sobre todo respuesta concreta al sufrimiento humano.
Celebrar Fratelli Tutti tendría que traducirse en compromisos verificables: iniciativas de diálogo en regiones polarizadas, políticas que garanticen mayor equidad, programas de acogida a desplazados y migrantes, gestos de reconciliación en contextos de violencia. Ese es el verdadero concierto que el mundo espera: la sinfonía de la justicia y de la paz, interpretada no con drones ni pantallas, sino con decisiones responsables y actos solidarios.
En un planeta fracturado por la polarización y el egoísmo, no basta proclamar la fraternidad desde un escenario; hay que encarnarla en estructuras, gestos y estilos de vida. Solo así el mensaje de la encíclica podrá irradiar más allá de una noche festiva y convertirse en guía de acción permanente. Celebrar Fratelli Tutti es recordar que somos responsables unos de otros, que el bien común está por encima del interés particular y que toda riqueza guarda dentro de sí la obligación moral de ser compartida.
El concierto quedará en la memoria como un espectáculo grandioso. Pero la mejor manera de celebrar Fratelli Tutti será siempre poner la fraternidad en práctica, allí donde la humanidad más sufre y más la necesita.