Colombia sigue siendo uno de los países más desiguales del planeta. El DANE reportó un coeficiente Gini de 0,556 en el 2022, que bajó apenas a 0,546 en el 2023. Sin embargo, en el 2024 volvió a subir a 0,551 confirmando que la desigualdad es un problema crónico. Para dimensionarlo: El promedio de los países de la OCDE está en torno a 0,32. La pregunta es inevitable: ¿en qué fallamos?
Primero, fallamos porque los más pobres no han estado suficientemente en el centro de las políticas públicas. Durante décadas, los planes de desarrollo mencionaron a los más vulnerables, pero el foco de los presupuestos y de las prioridades estuvo más en la clase media urbana, en proyectos de infraestructura o en sectores con mayor capacidad de presión política. Hubo avances, como Familias en Acción o la Red Juntos, pero nunca se trató de una política nacional integral.
Segundo, fallamos al creer que el desarrollo traería la equidad por añadidura. Con el crecimiento económico de las últimas décadas, la pobreza monetaria bajó de más del 50% en el 2002 a cerca del 27% en el 2018, según cifras del DANE. Sin embargo, la desigualdad relativa no se redujo en la misma medida. El problema es estructural: mientras aumentó el ingreso medio, la concentración del capital y de los activos productivos se mantuvo intacta. El resultado es una sociedad donde unos pocos concentran gran parte de la riqueza, mientras la mayoría no logra acceder a las mismas oportunidades.
Tercero, fallamos con subsidios regresivos que amplían las brechas. El ejemplo más escandaloso está en el sistema pensional que esperamos pueda ser reemplazado por el nuevo ya aprobado: cerca del 75% de los subsidios estatales a pensiones beneficia a los sectores más ricos. El Estado transfiere billones a pensiones altas, reproduciendo el privilegio en lugar de corregirlo. Es un contrasentido: un gasto que debería ser redistributivo termina consolidando la desigualdad.
¿Y qué hacer hacia adelante? La primera respuesta parece sencilla de enunciar, aunque difícil de aplicar: poner a los más pobres en el centro de verdad. Eso implica orientar subsidios hacia la primera infancia, educación, salud y nutrición. Sí que necesitamos que entre a regir la reciente reforma pensional. Y exige, sobre todo, una reforma tributaria de fondo, como la que hoy se discute en el Congreso. Es fundamental que profundicemos en la progresividad del sistema tributario: que quienes más tienen, aporten mucho más. Es inaudito que el 40% del recaudo provenga del IVA. Puede ser doloroso para algunos sectores, pero es sencillamente necesario para asegurar la cohesión social que demanda una vida armónica. Sin justicia tributaria no habrá justicia social.
No basta con reducir la pobreza: necesitamos disminuir la desigualdad si queremos estabilidad, paz y desarrollo sostenible. De lo contrario, seguiremos atrapados en un círculo vicioso de privilegios y exclusiones. Colombia no será viable mientras no se atreva a responder con decisión la pregunta que hoy nos interpela: ¿en qué fallamos y qué vamos a hacer para no repetir el error?