Frente a la desigualdad decíamos el domingo pasado que deberíamos evitar los errores del pasado y abogábamos por poner a los pobres en el centro de la política pública, con subsidios bien focalizados y una tributación mucho más progresiva. Hoy quiero detenerme en una de sus expresiones más lacerantes: las brechas regionales.
Un exdirector de Planeación Nacional me comentaba que la reducción de la inequidad en Colombia pasa muy especialmente por cerrar la distancia que existe entre regiones. Y este punto sí que es decisivo tenerlo en el horizonte. Mientras el centro del país concentra el mayor bienestar, las periferias experimentan con mayor rigor la pobreza. Estas desigualdades regionales acentúan los problemas de equidad. En muchas zonas resulta casi imposible encontrar condiciones mínimas para el desarrollo: escasea el talento humano calificado, la institucionalidad es frágil o inexistente, el Estado brilla por su ausencia y la desconexión física con el mercado nacional se vuelve un lastre que perpetúa el atraso.
No es un tema nuevo. El primer director de Planeación en el actual Gobierno señaló precisamente la desigualdad territorial y la divergencia en el desarrollo como ejes articuladores del Plan Nacional de Desarrollo. Sin embargo, quien más ha desconocido ese Plan ha sido el propio presidente de la República. Una paradoja que revela la incoherencia entre lo que se proyecta y lo que se ejecuta. Es realmente escandaloso que el presidente denigre de su propio Plan de Desarrollo. En términos de Planeación la voz de su exdirector, Jorge Iván González, sí que se debería ahora oír y con más fuerza, pero el presidente prefiere hacer “apostasía” de su plan. Es un abandono en la recta final de su Gobierno, cuando debería ser el momento para reforzar lo iniciado.
En el Gobierno de Juan Manuel Santos se intentó favorecer territorios fuertemente golpeados por el conflicto armado mediante la creación de los municipios Pdet: unos 170 municipios priorizados para la transformación rural integral. La lógica era clara: si se inyectaban recursos y nuevas oportunidades en esas regiones, se abría un camino para reducir la desigualdad nacional. El balance es todavía desigual, pero mostró que el enfoque territorial es posible y necesario.
El país necesita asumir con seriedad que la inequidad colombiana no se corregirá solo desde los indicadores nacionales, sino desde la capacidad de garantizar que los niños del Pacífico, de La Guajira o del Vichada tengan las mismas oportunidades que los de Bogotá o Medellín. De eso se trata el verdadero desarrollo: que nacer en una u otra región no determine de antemano las posibilidades de futuro.
Cerrar las brechas regionales es condición indispensable para avanzar hacia la equidad. Sin un Estado presente, con instituciones fuertes y con inversión sostenida en las periferias, seguiremos siendo un país partido en dos: uno que se integra a los beneficios de la modernidad y otro que permanece marginado. La tarea está planteada y la responsabilidad es de todos exigirla.