Colombia, el 18 de junio, dió un paso histórico con la Ley 2460 de 2025, que declara la salud mental como un derecho fundamental. La norma promete acceso directo a psicólogos, financiación estable, formación socioemocional en escuelas y campañas contra el estigma. Pero, ¿cómo aterriza esta promesa en la vida cotidiana de quienes habitamos Manizales?
Nuestra ciudad ya ha avanzado. El programa “Estamos Contigo”, por ejemplo, ha atendido a más de 3.200 personas y realizado más de 4.600 intervenciones psicosociales. Se han abierto Centros de Escucha, creado líneas de atención y sumado múltiples esfuerzos desde instituciones públicas y privadas.
Aun así, la crisis persiste. En los primeros cinco meses del año, 15 personas se han quitado la vida en Manizales. El dolor emocional sigue creciendo, incluso en quienes trabajamos en salud mental. ¿Quién cuida al cuidador? ¿Dónde están las redes que sostienen a quienes sostienen?
Hablamos de prevención, pero muchas veces lo hacemos desde el cansancio y la exigencia. El autocuidado no puede ser solo una lista de actividades como yoga, velas o escribir. Necesitamos un autocuidado real, que incluya descanso, escucha, límites, contacto humano, vínculos seguros. No se trata solo de ser productivos: se trata de ser humanos.
Como psicóloga, he visto cómo el duelo por pérdidas —de personas, trabajos, salud e identidades— se transforma cuando hay entornos compasivos y prácticas de cuidado sostenidas. Nadie sana solo, pero tampoco puede delegar su bienestar completamente al sistema.
Sí, necesitamos políticas públicas, pero también hábitos personales y colectivos: dormir bien, hablar con alguien de confianza, mover el cuerpo, frenar a tiempo. Y, sobre todo, recordarnos que también valemos cuando no podemos con más.
Hoy, más que nunca, necesitamos coherencia. Que lo que decimos, hacemos y sentimos esté en sintonía. Que empecemos a construir vínculos reales, a hablar desde el corazón, sin filtros. Que dejemos de compararnos con las versiones editadas de los demás y empecemos a reconciliarnos con nuestra imperfección.
Porque de nada sirve que la salud mental sea un derecho si no empezamos por reconocernos como seres vulnerables. Y porque solo desde ese lugar podemos acompañar genuinamente a otros.