Recibir el premio “Ciudades para la Vida” de ONU-Hábitat LATAM 2025 es mucho más que un reconocimiento internacional a nuestra sostenibilidad; es la validación de un sueño colectivo. Es la prueba de que Manizales, pese a su compleja geografía y a las tragedias que nos han golpeado, ha sabido levantarse con resiliencia y planear un futuro un poco más equitativo y próspero. Sin embargo, este galardón no es la línea de meta. Es, más bien, la señal de salida para la carrera más importante: la de convertir el premio en una realidad permanente y mejorada para las generaciones venideras.
Soñar, después del premio, es el verdadero reto. Soñar no como un acto de imaginación pasiva, sino como la capacidad de trazar una hoja de ruta audaz. El premio nos exige no conformarnos. El desafío ahora es ambicioso: mejorar sostenidamente los indicadores de calidad de vida que nos hicieron merecedores de este reconocimiento. Hablamos de métricas concretas: reducir aún más la pobreza multidimensional, mejorar la calidad del aire, aumentar la cobertura y calidad de la educación básica y media, formalizar el empleo juvenil y garantizar que nuestras personas mayores tengan una vejez digna y activa. Soñar es proyectar una ciudad donde la longevidad no sea una carga, sino una etapa de vida valorada, con espacios públicos inclusivos y servicios de salud accesibles que nosotros, en el futuro, también anhelemos usar.
Soñar a Manizales implica entender que la construcción permanente debe dar paso a una prevención innovadora y comunitaria. Cada adversidad nos ha enseñado que la verdadera fortaleza no está solo en reponernos, sino en construir de manera más inteligente, respetando nuestro territorio y blindándonos ante los riesgos climáticos y sociales. Este sueño requiere incluir las voces de una generación joven, más tecnológica y exigente, que clama por participación política real, por empleos de calidad que les permiten proyectar una vida aquí, y por una discusión abierta y sin tabúes sobre la salud mental, abordada con políticas públicas serias y el concurso de los expertos que ya tenemos.
Soñamos, entonces, con una Manizales que no expulse a sus talentos. Una ciudad donde nuestros hijos encuentren las oportunidades educativas y laborales para desarrollar su potencial sin tener que mirar forzosamente hacia otras latitudes. Soñamos una urbe donde se preserve la vida en todas sus formas: donde los niños jueguen seguros, donde se pueda transitar sin miedo y donde la furia de la desesperanza sea desterrada por la cultura, el deporte y la educación.
El premio de ONU-Hábitat es un espejo que refleja la mejor versión de nosotros mismos. Mantenerlo y profundizar su significado es la tarea. No se trata de guardar una placa en una vitrina, sino de encauzar el orgullo que sentimos hoy en energía transformadora. Iniciamos ahora un diálogo aún más crucial: el de cómo construimos, entre todos, la ciudad que soñamos. Una que no solo gane premios, sino que gane, todos los días, en calidad de vida para todos los seres que la habitan.