Un largo recorrido por la historia muestra comunidades que marcaron hitos universales y han sido modelos para posteriores civilizaciones, por la relevancia de sus líderes (guerreros o estadistas), la organización política de cada una, la creatividad en el arte, la oratoria, la literatura y la arquitectura; la mitología con sus hermosas expresiones y las creencias religiosas, de variados matices espirituales.
Las más relevantes fueron Grecia, China, Egipto, Roma, Medio Oriente…, a las que hay que agregar las que el colonialismo europeo desconoció en su afán expansivo y la codicia tras territorios y riquezas, como Incas, Aztecas, Chibchas, Mayas, Taironas, Quimbayas y otras. Todas ellas han dejado la impronta de sus conocimientos y principios como patrimonio que ha trascendido los siglos, y muestran cómo los líderes que se han alternado en el poder con frecuencia han recurrido, y recurren aún, al engaño, a la mentira, como estrategia para alcanzar sus objetivos. De ahí que la política y sus procedimientos siempre han sido mirados con sospecha, pero se tienen como un mal necesario.
Quienes ejercen el poder, o aspiran a alcanzarlo, utilizan la herramienta imprescindible de la propaganda, para exaltar imágenes personales, hacer propuestas seductoras, magnificar resultados o descalificar adversarios. A tales propósitos, se matizan los mensajes con mentiras, para lo cual hay verdaderos expertos, que el lenguaje sibilino identifica como “asesores de imagen”, cada vez dotados de mejores herramientas, en la medida que los medios tienen mayor cobertura y son más sofisticados, con recursos técnicos que requieren de expertos para manipularlos y causar mejores efectos.
Goebbels, cuyas funciones de propagandista del régimen hitleriano hubiera hecho verdaderas maravillas con los recursos de la tecnología informática moderna, destacadas sus funciones con el rango de ministerio, decía que una mentira repetida insistentemente se convierte en verdad.
Fórmula que ha sido muy utilizada por homólogos suyos, especialmente en los tiempos de la guerra fría, cuando el capitalismo y el comunismo se disputaban el dominio del mundo, en lo que hicieron cuantiosas inversiones en propaganda cargada, cada una a su manera, de mentiras que atrajeran adeptos, porque la realidad es que el mundo poco o nada ha avanzado para alcanzar los beneficios que les ofrecieron las ideologías en disputa, desde una y otra orilla, con variados y sofisticados argumentos.
En materia de mensajes falaces, cuando Colombia se prepara para una contienda electoral trascendental para su futuro como organización política democrática, los interesados en ganar espacios en el poder acuden a recursos como los sugeridos por Goebbels.
Por ejemplo, un destacado líder empresarial, zar de la ganadería colombiana y francodescendiente (todo un monsieur), doblado de columnista en destacados medios, para descalificar al expresidente Santos (2010-2018), objeto de sus malquerencias personales, lo vinculó al desastroso régimen actual con un movimiento que llama petrosantismo, como una estrategia de mentiroso patológico.