Los medios quindianos registraron recientemente el cumpleaños 100 de un campesino cafetero, quien, a su avanzada edad, continúa al frente de las tareas que han sido la razón de ser de su vida. Según él, a su longeva prosperidad contribuye el ambiente en que transcurre su existencia, en el que prevalecen el amor de su familia, la paz que lo rodea, ajena a controversias en las que evita involucrarse; y la convivencia con la comunidad, inspirada en el servicio al prójimo y la solidaridad en causas comunes, que así se resuelven más fácilmente.
El nombre del buen señor se esfumó en la celeridad de leer las noticias por Internet, pero quedó la idea de los principios que inspiran su longevidad con bienestar, en la que destaca la importancia de preservar tres elementos fundamentales. El primero, el amor familiar y las satisfacciones que rondan en su entorno, que justifican con creces los esfuerzos que sea necesario hacer para cultivarlos, porque generan compensaciones emocionales vitales, que alientan su preservación. En segundo lugar, destaca el centenario caficultor la paz, con la que juegan irresponsablemente los políticos populistas, utilizándola como argumento demagógico en campañas electorales, mientras generan conflictos que la degradan.
Según el patricio campesino, la paz es el valor superior de una nación organizada, en cuyos alrededores apacibles y fecundos germinan la prosperidad económica y el desarrollo humano con bienestar, para garantizar una buena calidad de vida. Y, finalmente, el bienestar comunitario: alegre, armonioso y bien abastecido, compartido sin egoísmos ni codicia dolosa (corrupción), para que se disfrute como un bien colectivo, patrimonio de todos.
La lección del sencillo agricultor, que milagrosamente se ha blindado de la zozobra generalizada por el ambiente conflictivo que se volvió una constante en la vida de muchas comunidades, urbanas y rurales, es todo un programa de gobierno, que debieran adoptar, y poner en práctica, si llegan al poder en el 2026, los aspirantes a conducir los destinos de Colombia, en vez de remontarse a teorías sofisticadas, dictadas por premios nobel de economía, para controlar el gasto público y mantener un racional endeudamiento, sin brincarse la regla fiscal; documentos de la ONU sobre asuntos climáticos y daños energéticos, salud y calidad de la educación básica; y otras teorías aportadas por egresados de prestigiosas universidades nacionales y extranjeras que, sin embargo, no son capaces de explicar cómo hace una señora ama de casa para que el salario mínimo que gana el marido alcance para que en un hogar de cuatro personas no falte “el pan de cada día”.
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Doña Nidya Quintero fue un ejemplo de los más altos valores humanos puestos al servicio de Colombia. Las comunidades humildes fueron el objetivo de su labor solidaria, para servirle al país con amor y eficiencia. El legado filantrópico de doña Nidya, por fortuna, continúa con su descendencia. Eterna gratitud y una flor sobre su tumba.