La historia evolutiva del ser humano revela que en principio era carroñero y seguramente caníbal. De allá para acá ha pasado tiempo. Ahora es más frecuente observar, comprar, preparar y degustar alimentos tradicionales o exóticos. Se han adoptado muchas costumbres que proporcionan millones de variables alimenticias, algunas propias de diferentes núcleos sociales y geográficos. Colombia evidencia los contrastes y a veces hasta la exclusividad en la elaboración e ingesta de alimentos.
No se olvidan las fotografías a manera de ejemplos de los niños de la Guajira y el Chocó, mostrando en toda su dimensión las secuelas físicas producidas por el hambre. Se presumen los compromisos mentales y del comportamiento.
Todos los seres humanos han sentido hambre, voluntaria o no, aunque sea en un período breve de tiempo. Unos, más que menos, tienen la seguridad de que su necesidad, causada por muchas razones, será pasajera y llegará rápidamente el instante en que pueda calmar su avidez de alimento. Otros tendrán que esperar más sin la seguridad de ingerir una ración alimenticia en poco tiempo. Y otros, que diariamente no tienen la esperanza de alimentarse, aunque sea con mendrugos de calidad incierta.  
La alimentación conduce a una ciencia amplia y profunda como la nutrición que determina la clase de alimentos, calidades y procesamientos de ellos en favor de la población separada por variables demográficas, laborales y sanitarias que, aunque comprensibles, no siempre es factible tener en cuenta actualmente en toda su extensión para practicar las indicaciones en beneficio de la salud con el fin de evitar excesos o supresiones perjudiciales, debidamente probados científicamente. La ignorancia y el miedo no son guías éticas. 
El número de colombianos con hambre en toda la extensión del concepto es elevado. La cifra más actualizada revela las personas que no ingieren tres bloques de alimentos al día, desde niños hasta viejos. Una variante en este aspecto es la costumbre: no desayunar, no almorzar o no comer en la noche, posiblemente no haya apetencia, pero se puede comprometer la fisiología del ser humano y vienen los estados de carencia identificables o las deficiencias subclínicas. 
El Índice Mundial del Hambre ha ubicado a Colombia en un rango moderado en el cual Argentina es muy bajo, en el opuesto marcado como alarmante están Haití y Venezuela y muy alarmante en países como Cuba. Aun así, el país tiene una deuda con sus habitantes en lo referente al hambre cuando 7.8 millones de colombianos sufren de inseguridad alimentaria, un flagelo al no tener alimentos suficientes, oportunos y de calidad para su vida. 
La meta colombiana para el 2030 es cero hambres. Si se sigue por caminos extraviados como ahora será imposible, lograrla.
Eliminar el hambre no es un problema de caridad, es un derecho del ser humano. Sin embargo, hay entidades benéficas que ayudan a paliar la desigualdad.
Nota 1. Cifras suministradas por el economista Carlos Kogson Quintero.
Nota2: Por un olvido técnico se omitió el título de esta columna de hace ocho días: Junio.