Quien haya asistido al hipódromo y presenciado una carrera o inclusive la haya observado a través del cine o por mecanismos digitales, conoce todos los hechos externos que suceden alrededor del evento, en medio del furor por las apuestas directas o a distancia, como recuerdan todavía muchos con el Concurso 5 y 6. Acto 1, el programa.
Por años y semanas preparan al bello ejemplar que va a correr; los dueños analizan cuándo lo presentarán para correr en una determinada competencia o por sus logros precedentes, será candidato a una corona en especial. Acto 2, preliminares.
Días antes de la carrera se difundía un programa con el nombre de los caballos y datos relativos al animal que le permitían al aficionado ir haciendo su cábala, y considerar los candidatos para triunfar o llegar en los puestos secundarios inmediatos al ganador. Acto 3, los precandidatos.
Existen casas especiales o empresas que preparan y albergan caballos para competir; ese es su negocio. No se puede dejar de lado al jinete, que tiene mucho de verdad en el triunfo. Acto 4, los avales.
Al tiempo de la carrera, los caballos con sus divisas y manejador son exhibidos con su jinete; unos segundos antes de ingresar al partidor, los ajustan en espera de los timbres, una vez estos suenen se abren las compuertas y la meta es la única consigna. Durante la carrera puede suceder de todo, inclusive descalificación. El ganador es premiado, los dueños felicitados, el montador agraciado, los trofeos a la repisa y el dinero a las arcas. El caballo a sus terrenos y hasta la próxima. Acto 5, la elección.
Para los perdedores: tristeza, desengaño, evaluaciones y definir el próximo turno, buscando iguales o similares competidores o cambiando de grupo. Acto 6, el futuro.
El país se encuentra sometido a una competencia que recuerda lo previamente descrito. Está en el proceso de selección de candidatos a la Presidencia de la República. El panorama no está completo. Faltan meses de decisiones y horas de intensa negociación para lograr un cupo en el partidor final que no tiene límites de espacio ni de creencias y menos de intereses.
Cualquiera piensa que puede ser presidente; el meollo no radica en las individualidades. Lejos de esa creencia la sociedad se debate en medio de las asociaciones para lograr un candidato electoralmente fuerte. ¿Quién será? De avispados, tímidos o habladores o ilusos o prestidigitadores o vociferadores o pésimos componedores y otros de la misma ralea, no puede emerger un vencedor que se merezca Colombia. Pensar en ganar así, es contraevidente.
Acto 7, los intríngulis.
El ciudadano ha comenzado a dilucidar las exposiciones de los candidatos: indescifrables, repetidas, odiosas, mezquinas, superficiales, hipócritas, inexactas y que llenan catálogos de sus propias alucinaciones para fortalecer el poder al que aspiran. Pero se está olvidando la premisa esencial: ¿Qué presidente necesita el país? A partir de allí debe construirse el voto. La inversa es un peligro en el que se ha caído. La evidencia por doquier es palpable.