Continuando con el debate surgido alrededor de la restauración de la escuela Juan XXIII, me permito poner sobre la mesa algunos casos paradigmáticos desarrollados en otras partes del mundo por su invaluable repercusión en el campo de la cultura universal.
La punta de la “Dogana”, símbolo de la Venecia medieval y renacentista fue, durante largo tiempo, el punto de control aduanero más importante del Adriático e icono de su prosperidad.
El arquitecto japonés Tadao Ando en el año 2007 restauró la antigua edificación para hacer de ella un epicentro de arte contemporáneo el cual ha alentado un extenso peregrinaje para disfrutar el edificio y contemplar las obras de arte expuestas en sus salas de exhibición. Cerchas y mamposterías fueron cuidadosamente recuperadas cuidando de mantener siempre el valor patrimonial del edificio. Incorporaron pantallas de concreto visto, escaleras con pasamanos de cristal, claraboyas para dar acceso a la luz, pavimentos de factura impecable. Una intervención minimalista ejecutada con precisión de relojero.
Notable también es el caso de la restauración del Museo Británico. Consistió en crear un patio con cubierta acristalada para integrar los volúmenes neoclásicos del conjunto edilicio. O la galería Tate de Londres ubicada en una antigua central hidráulica (Bankside). El museo del Louvre incorporó al palacio de los Luises de Francia una pirámide de cristal para conformar un vestíbulo e integrar las distintas alas del palacio.
Estaciones de tren como el museo de Orsay; monasterios como los de Ávila, Zaragoza, en España, el de San Francisco en Lima, o Santo Domingo en el Cuzco; una plaza de toros como Las Arenas de Barcelona; un refugio antiaéreo de la segunda guerra mundial en Viena… La lista es cada vez más extensa, estas estructuras patrimoniales se han ido convirtiendo en museos, hoteles, centros comerciales, acuarios municipales… un cambio de uso destinado a mantener su vigencia y permitir que un público cada vez más amplio, pueda regodearse en los espacios que sirvieron a nobles y emperadores, obispos y burgueses históricos, usuarios de ferrocarril, veteranos de guerra… para reencontrarse, mientras se deleitan, con lo más refinado de la sensibilidad humana.
No obstante también y, este no es el caso, hay edificaciones del pasado que merecen, por intereses arqueológicos por ejemplo, la conservación intacta de sus estructuras arcaicas como es el caso de Stonehenge, una construcción del Neolítico, fuente permanente de interrogantes asociados al ¿por qué? y al ¿cómo?
Empeñarse en tratar de volver la concentración Juan XXIII a su estado original, parecería un intento forzado de inducir una regresión, nada terapéutica por cierto, para encerrarla en una burbuja de silencio que distaría más de un siglo del momento en que se abrió al público como centro de enseñanza y donde las necesidades de hoy, empezando por las higiénicas, son sustancialmente distintas.
Bien vale la pena traer al presente el pensamiento del emperador Adriano, interpretado en prosa por Marguerite Yourcenar, que restauró algunas de las edificaciones de la antigüedad: “He reconstruido mucho, pues eso significa colaborar con el tiempo en su forma pasada. Aprendiendo o modificando su espíritu, sirviéndole de relevo hacia un más lejano futuro; es volver a encontrar debajo de las piedras el secreto de las fuentes”.