Basta pasar por la carrera 23 frente a la Estación Fundadores del Cable Aéreo (Línea 1), para advertir su deplorable  estado. Un entorno urbano degradado por la presencia indiscriminada de buñuelos en venta, un balcón paisa con otras ventas, la fachada principal convertida en valla publicitaria, una zona verde plagada de basura, en suma, un servicio público tugurizado a cambio de una pingüe utilidad económica, con el agravante de inducir el deterioro de los espacios aledaños y de arrastrar con ello al centro histórico de la ciudad.
La experiencia en la entrega de los espacios públicos al manoseo económico, sin tener en cuenta el significado urbano, el respeto por la estética o la calidad del servicio al ciudadano es bastante extensa y ha servido de aliento a las continuas e indiscriminadas infracciones al territorio de la ciudad, coadyuvado además, por el aperezado o inexistente control urbano que están haciendo de Manizales una especie de tierra de nadie.
Parece increíble que tras sentidos e históricos discursos, acciones paliativas y orgullos impostados “… tenemos el centro republicano mejor conservado y más extenso de Colombia…”, la Administración Municipal sea contribuyente, por esta y muchas otras razones, del deterioro del centro fundacional.
Los bienes públicos, lejos de considerarse como objetos efímeros, desechables, susceptibles de ser reemplazados en el corto plazo deben, por el contrario, concebirse bajo la premisa de su resistencia al tiempo. Su indiscutible papel en la vida urbana es suficiente motivo para alentar el respeto al ciudadano, es decir, que una obra de calidad, incluyente y con el concurso de todos es la mejor garantía del sentido de pertenencia que, en reciprocidad, se estimula en la población.
Antes de dar en servicio el metro de Medellín, hace ya 30 años, se implementó  una eficiente campaña cívica destinada a la formación de una Cultura Metro, hacer partícipe a la ciudadanía de una pieza fundamental del sistema de transporte construido, para resolver la movilidad urbana era fundamental para el mantenimiento del proyecto. Tres décadas después sus instalaciones permanecen impecables, más que una regulación estricta es el empoderamiento ciudadano el que ha impedido los estragos, arto posibles, de no haberse conjurado desde mucho antes de instalar la primera piedra. El día de su inauguración y tras los acordes del himno nacional, la población lo asumió como símbolo de orgullo. 
La realidad descrita está a solo 3 horas de la plaza de Bolívar de Manizales. Si miramos lo sucedido con las estaciones del cable, (líneas 1 y 2) y las iniciativas para exprimir económicamente las de la línea 3, podemos advertir desde ya, el deterioro prematuro al que están expuestas.
La mezquindad en el manejo de la obra pública, no está a la par de una administración que ha dado muestras indiscutibles en su decisión de aggiornar la ciudad.

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PD. Le oí decir alguna vez al alcalde Peñalosa, ”…mientras más pobre el entorno mejor debe ser la obra…”, esto en alusión al jardín infantil del barrio San Cristóbal sur de Bogotá diseñado por Rogelio Salmona. La comunidad lo asumió, desde el día de la entrega, como su símbolo de identidad. Después de 26 años, las instalaciones del jardín permanecen impecables.