Odette, la bailarina encantada de El Lago de los Cisnes, escultura del maestro Guillermo Botero para el Teatro Los Fundadores recibió, no hace mucho, una amenazante e inconcebible afrenta. Un atentado a su integridad, a su valor patrimonial.
Una enorme y rutilante lámpara de cristal compuesta por anillos dorados, en injusta competencia con la materialidad de la escultura, pende sobre el arabesque que, se ejecuta día tras día sobre el negro azabache de un pavimento destinado a reflejar la gracia de sus movimientos. La intensidad arrolladora de su luz desdibuja los rasgos, diluye los pliegues del tutú elaborado en encajes de cobre, usurpa su protagonismo y perturba la intimidad de su soledad.
El problema no está en la lámpara, no es un asunto de buen o mal gusto. La iluminación precedente tenía por objeto resaltar la obra, la sustituta, desconoce del todo su plasticidad.
Un centro cultural que debería ser el referente del pensamiento, las tendencias y las expresiones artísticas más relevantes del momento, no puede malversar el patrimonio que albergan sus espacios, desvirtuando la concepción estética de un teatro que fue erigido, en los años sesenta del siglo pasado, con el encargo de ser el más moderno de la América hispana. El Festival Internacional de Teatro, el Museo de Arte de Caldas, los conciertos de la Orquesta Sinfónica son un claro ejemplo de la misión institucional que le es propia.
Es el caso del telón de boca, obra expresionista del pintor Luciano Jaramillo que, como lo he dicho en numerosas columnas de opinión, a riesgo de volverme cansón, yace a merced de cucarachas y roedores en uno de los rincones del edificio, al contrario de tomar la valentía de volverlo a su lugar, la Administración se niega, argumentando lo costoso que resulta la contratación de “5 hombres” para izarlo de nuevo y, esto, por supuesto, se sale del presupuesto. Vale la pena preguntarse en este aparte de la reflexión ¿cuánto costó la lámpara?
O el inaudito collage de estampas manizaleñas ubicado en el foyer, una pintura “primitivista” o “ingenua” que se contrapone a las alegorías de la música o la historia de Manizales ubicadas en el vestíbulo y en la circulación que da acceso al balcón y, por supuesto, al rico patrimonio artístico que constituye la colección del museo resguardada un piso más abajo en las dependencias de la sala Oscar Naranjo.
Ante la insistente solicitud de retirar la prepotente “araña” se argumenta como excusa la configuración de un detrimento patrimonial. Me pregunto si ¿mantenerla en su lugar no es exactamente eso, un deterioro al patrimonio?
PD: (1) Insisto en la necesidad de que el patrimonio público, con mayor razón cuando se trata de una obra de alta significación cultural y urbana, requiere, de un curador lo suficientemente capacitado y culto que evite su deterioro y les ponga coto a intervenciones arbitrarias como la arriba descrita.
(2) Propongo, para que lo dicho tenga elementos suficientes de juicio, se solicite, en el caso de la bailarina, opinión a la Junta de Patrimonio y, de otro lado, se avalúe por manos expertas el valor artístico y económico de la obra de Luciano Jaramillo.