Manizales es, para mí, la ciudad que me permitió encontrar sencillez en la vida, disfrutar de la cercanía de la gente, de su amabilidad, de las conversaciones espontáneas en cualquier esquina y de la riqueza de sus letras. Es la ciudad donde veo crecer feliz a mi hijo y donde quienes llegamos de afuera encontramos razones para quedarnos y amarla.

Su historia, tejida entre montañas, café y páramos, revela un territorio pionero en múltiples aspectos. Los símbolos de la naturaleza se convirtieron en emblemas de la nación y se convirtieron en patrimonio.

Al recorrer sus barrios o leer sus memorias, se confirma que en Manizales hay luces potentes que pueden seguir siendo faro de quienes la habitamos, pero también tiene sombras. Como todo amor verdadero, reconozco ambas.

Ese sentimiento se reafirma con el reciente reconocimiento de la Universidad de Guadalajara y ONU-Habitat, en el que premiaron a Manizales con el galardón “Ciudades para la vida”. Este logro nos enorgullece y confirma que vamos por buen camino. Pero también nos cuestiona, amar a una ciudad no consiste únicamente en celebrarla, sino en mirarla de frente, con sus carencias y dificultades.

Aspiro a una Manizales con mejores políticas públicas, sustentadas en observatorios y centros de investigación que nos permitan conocernos, medirnos y avanzar en la reducción de la pobreza. Una ciudad que reconozca en sus barrios la fuerza de la memoria y el futuro, y donde las mujeres y las diversidades sexuales podamos sentirnos libres y seguras.

Esa ciudad posible acepta la crítica, tiene una movilidad sostenible, con cables y un sistema de transporte integrado; un urbanismo respetuoso del paisaje y una economía empresarial comprometida con la sostenibilidad climática. Tiene un espacio público cuidado, con sitios pensados para la primera infancia, los adultos mayores y las personas con movilidad reducida. Es una ciudad donde se respeta el paso peatonal y donde las motos dejan de ser sinónimo de siniestros para convertirse en ejemplo de cultura ciudadana.

Amar a Manizales significa no conformarnos con lo alcanzado. Significa seguir cuidándola porque tiene todo para ser mejor, y depende de nosotros que ese amor se traduzca en una vida más digna, sostenible e incluyente para todos sus habitantes.