Gonzalo Duque Escobar

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Un desafío del urbanismo contemporáneo ante el constante aumento demográfico es la fragmentación y dispersión territorial, por la pérdida de vida urbana y del potencial del hábitat como condensador de la actividad ciudadana. Aunque el crecimiento urbano continuo no siempre es deseable ni viable, con los usos mixtos y flexibles del suelo, la porosidad como herramienta de integración de la arquitectura y el urbanismo, permite generar estructuras capaces de reproducir la intensidad y complejidad de la ciudad.
Actualmente, con el crecimiento de la población, de los tres modos posibles de satisfacer la demanda de espacio habitable en el hábitat -formación de nuevas ciudades, expansión de las ciudades existentes y densificación urbana-, en Colombia se ha optado por los dos últimos, aunque en Bogotá la densificación es el mecanismo más empleado, pero con equipamientos, vías y espacio público, para modificar el orden social excluyente, mediante un hábitat urbano híbrido con potencial de influenciar el desarrollo integral y sostenible en su entorno.
En América Latina y a mediados del siglo pasado, los enfoques dominantes en el estudio de la densidad urbana, presuponían que en las urbes en crecimiento los gradientes de densidad deberían acotarse, lo que era válido al examinar las características de la segregación socio-espacial. En el caso de Bogotá donde se prefirió aumentar la densidad de las zonas residenciales en lugar de recurrir a la expansión metropolitana, las áreas ocupadas resultaron siendo las de peor calidad de vida por falencias en infraestructura social y productiva.
Entonces frente al dilema, si crecer bajo modelos que fragmentan el hábitat o apostarle a estructuras más compactas, los desarrolladores urbanos coinciden en que si los edificios de un solo uso, destinados únicamente a oficinas u hoteles, crean desiertos urbanos, incrementan el tráfico y expanden innecesariamente las ciudades, la opción correcta debe ser priorizar la densidad controlada y el modelo de servicios múltiples cercanos, ya que la proximidad genera comunidades vivas y diversas, y reduce costos de transporte.
Mientras en Manizales, la mayor densificación histórica desde su fundación se da en las décadas de 1970 y 1980, alcanzando a 496 habitantes por hectárea, actualmente en lugar de presionar la estructura ecológica expandiendo el hábitat, deberíamos recurrir a la densificación funcional con componentes verdes, por ser una estrategia reconocida como una de las herramientas aptas para contrarrestar fenómenos indeseables como los señalados, mediante la acumulación de actividades dentro de un mismo contenedor, gracias a estrategias de regulación y de ecopolítica urbana.
Estos edificios híbridos que son la antítesis de moles que no son compatibles con las aves de la ciudad, ni contribuyen a la construcción del tejido urbano, con los usos contenidos, además de potenciar el hábitat y escapar de la escala arquitectónica, ejerciendo una importante influencia a nivel urbano, incorporan el espacio público de la ciudad a su propia estructura, y pueden hacer frente a gran número de las problemáticas en las nuevas formas de habitar en el siglo XXI con los edificios multiusos y espacios híbridos y verdes.