“¿Y quién maneja a 50 km/h?” Hace unos días escuché a alguien decir, con tono burlón, que manejar a 50 kilómetros por hora es imposible. Que nadie lo hace, que ni los buses lo respetan, que eso no tiene sentido. Un comentario suelto, sin maldad, pero que puede perpetuar tragedias.
Imaginemos dos escenarios. En el primero, Nicolás conduce a 70 km/h. A 30 metros, una señora empieza a cruzar la calle. Nicolás frena, pero no alcanza. La golpea. Ella muere. En el segundo escenario, Nicolás va a poco más de 30 km/h. La misma distancia, la misma señora. Esta vez, frena a tiempo. No hay tragedia. Ella sigue su camino. Él también. La diferencia no es la suerte, es la velocidad.
Durante el 2024, en Manizales murieron 50 personas en eventos de transporte, 8 casos más que el año anterior. Casi un tercio de esas muertes ocurrieron por exceso de velocidad, según datos del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses. Cifras frías, sí. Pero detrás de cada número hay una vida que no regresará a casa.
Bajar la velocidad salva vidas. Y no lo decimos por intuición o buenos deseos. Según el estudio Evaluación del impacto de los radares fijos sobre el exceso de velocidad y las colisiones, realizado en Nueva York mostró que tras la implementación, las multas por exceso de velocidad bajaron un 75% en dos años. Más importante aún, las colisiones disminuyeron un 14%. No porque la gente aprendiera súbitamente a manejar mejor, sino porque se vio obligada a hacerlo más lento. Porque había control. Porque había consecuencias.
En Bogotá, en el 2019, redujeron el límite de velocidad urbana de 60 a 50 km/h. ¿Qué pasó? Las muertes en accidentes de tránsito bajaron un 21% según la Secretaría de Movilidad de Bogotá. No fue magia, fue política pública respaldada en datos. En tramos vigilados por las denominadas cámaras salvavidas, la probabilidad de morir en un choque se redujo en más del 40%. Mientras tanto, en Manizales, según el Centro de Gestión de Movilidad, solo el 0,2% de los comparendos se imponen por exceso de velocidad. Como si no pasara nada. Como si fuera normal ir rápido en una ciudad de curvas y pendientes.
Muchos dirán que nadie maneja a 50 km/h. Que es irreal. Que eso solo entorpece el tráfico. Pero la ley está para prevenir, no para adaptarse a la transgresión.
La velocidad no solo mata, también nos desconecta. Nos vuelve impacientes, ansiosos, más propensos a cometer errores. Y en la vía, un error puede ser irreversible.
Menos velocidad no significa menos libertad. Significa más vidas salvadas, más tiempo para reaccionar, más humanidad en las calles. Quizás la pregunta no sea quién va a manejar a 50 km/h, sino cuántas vidas más deben perderse para que lo hagamos.