Fernando-Alonso Ramírez
Periodista y abogado, con 30 años de experiencia en La Patria, donde se desempeña como editor de Noticias. Presidió el Consejo Directivo de la Fundación para la Libertad de Prensa en Colombia (Flip). Profesor universitario. Autor del libro Cogito, ergo ¡Pum!
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Vino a Colombia, habló con los banqueros y también con el presidente, Gustavo Petro, quien se declara su fiel seguidor. No obstante, después de leer un par de libros de Mariana Mazzucato da la impresión de que el mandatario, si leyó estos textos, lo hizo con el mismo rasero con que aborda todas sus decisiones: la ideología.
De esta manera, el mandatario parece quedarse solo con la parte en que la autora y tratadista italiana da argumentos para estatizar y para desconfiar de lo privado, pero no toma en cuenta cuando ella misma valora las relaciones público privadas para hacer de los países lugares mejores.
El Estado emprendedor es uno de sus libros más influyentes de Mazzucato, en el que pretende demostrar que efectivamente el mundo requiere de capital público capaz de influir en la toma de decisiones de los mercados, que esa mano invisible de la que hablaba Adam Smith sea más evidente y se reconozca que no puede seguir siendo oculta.
Para ello, pone ejemplos clave como los de Sillicon Valley, la misma Apple, internet y hoy en día las nuevas energías, así como la nanotecnología, entre otros. Se trata de desarrollos tecnológicos que, si no hubieran tenido la asunción del riesgo público inicial para el desarrollo, no habrían logrado el éxito final.
De ahí el subtítulo de esta obra: La oposición público vs. privado y sus mitos. Plantea que el Estado es el primer gran inversor para la innovación, y luego llegan los privados y aprovechan ese primer esfuerzo para multiplicar su capital. De ahí también su crítica a que muchas empresas pretendan seguir siendo apoyadas con beneficios tributarios y otras exenciones y no devuelvan lo justo para que ese Estado que les dio el primer impulso pueda darlo a otras compañías en el futuro.
Son muchas las demostraciones de que lo público bien gestionado trae beneficios para todos. Recuerdo cómo la venta de las acciones de Manizales en la telefónica en su momento permitió crear valor agregado a la ciudad con un bien pensado Infimanizales, que con el tiempo se fue diluyendo porque lo asaltaron en su vocación. Los malos administradores acabaron con la gallina de los huevos de oro. Otro buen ejemplo regional es el de la Industria Licorera de Caldas, cuando la manejan bien, pero cuando la manejan mal ya sabemos lo que pasa. Y esto es lo que olvida la autora, que al final todo depende de las personas, no del modelo, como también lo han olvidado quienes creen que lo privado es bueno per se. No, se trata de que haya personas pensando en el bien público, en crear mejores condiciones para todos, y eso no lo ofrecen ni los capitalistas salvajes ni los corruptos que quieren apoderarse para sí de los recursos públicos, independiente de la ideología.
Otro libro publicado más recientemente en Colombia, de la misma tratadista en coautoría con Rosie Collington, es El gran engaño, tiene mucho que ver con algo que a mí también me genera dudas, el mundo de la consultoría. Como sucede con la inversión pública y la privada, no se puede condenar a todos los consultores, pero es cierto que muchos generan dependencia en las compañías en las que ofrecen sus servicios para mantener atados sus contratos. Hay otros que aprovechan la información privilegiada para luego ofrecer servicios en los que, si tuvieran un poco de ética, los evitarían por conflicto de intereses. Lo que sí suele suceder con los consultores en general es que no asumen responsabilidades cuando todo se viene al traste.
Este libro se pregunta desde la portada “cómo la industria de la consultoría debilita las empresas, infantiliza a los gobiernos y pervierte la economía". Lo explica de tal manera que demuestra cómo países que antes eran fuertes en algunos temas han ido cediendo responsabilidades a las consultoras, en muchos casos, para las que estas no estaban preparadas.
Habla con nombre propio de las siete empresas: McKinsey, Boston Consulting Group, Bain / Company, Pricewaterhouse Coopers, Deloitte, KPMG y Ernst / Young, compañías que se han diversificado para lograr contratos en cuanta oportunidad vean, con un agravante, que esto hace que el conocimiento acumulado de los empleados públicos termina por perder valor. "Es mucho más difícil aprender de los fracasos cuando son culpa de terceros", dice el texto y yo, convencido como soy de que el error es una forma de aprendizaje, la compro completa.
Esto también debería leerlo bien el actual Gobierno nacional, que ha arrinconado en varios ministerios y departamentos administrativos a los expertos de toda la vida, esos que saben realmente dónde ponen los huevos las garzas, y lo hace por el simple prurito de la desconfianza. Ah, porque es que la desconfianza es el peor de todos los elementos para aplicar políticas públicas. Entonces prefieren llamar a un consultor externo, que desconoce nuestra idiosincrasia para que ahonde en ideas que muchas veces quedan apenas arrumadas en las bibliotecas de las entidades, en el mejor de los casos.
Subrayados de El gran engaño
* Nadie se hace consultor con la idea de engañar deliberadamente a sus clientes para que entreguen dinero a su empleador.
* Aprender implica modificar, reorientar o reestructurar el conocimiento y los recursos existentes para afrontar nuevos retos.
* La investigación ha demostrado que los recortes de personal pueden dañar gravemente la capacidad de aprendizaje en las organizaciones.
* Los consultores no son conocidos por organizar iniciativas colectivas que contradigan a la alta dirección de la empresa.
* Los gobiernos tienen que remar para poder dirigir el barco a medida que avanza por aguas inevitablemente tormentosas.