Fernando-Alonso Ramírez

Periodista y abogado, con 30 años de experiencia en La Patria, donde se desempeña como editor de Noticias. Presidió el Consejo Directivo de la Fundación para la Libertad de Prensa en Colombia (Flip). Profesor universitario. Autor del libro Cogito, ergo ¡Pum!

Correo: editornoticias@lapatria.com

X (Twitter): @fernalonso

Una investigadora está de regreso. De nuevo con un caso para el que no tiene las herramientas ni el conocimiento. Pero la denunciante solo confía en ella y no se atreve a contarle a nadie más que ha descubierto a un asesino en serie, a quien nadie más ha identificado. Su hipótesis es, nada más ni nada menos, que se trata de un juez de trayectoria impecable.

¿Cómo desenmascarar a un delincuente de semejante envergadura sin terminar siendo el siguiente en su lista? Solo a John Grisham, el experto en los thrillers de abogacía, se le podía ocurrir una trama como esta. Para desarrollarla trae de nuevo a la luz a una vieja conocida de su literatura, Lacy Stoltz, quien se salvó luego del accidente de auto que le provocaron los corruptos de los casinos a los que dejó en evidencia años atrás, en aquel libro titulado El soborno.

Justamente ese caso, que de acuerdo con la imaginación del autor trascendió a la prensa, hizo que la denunciante, en principio anónima, se fijara en ella para atreverse a contarle que sus pesquisas de 20 años habían dado fruto y sabía quién era el asesino de por lo menos seis personas, pero no tenía ninguna prueba para sustentarlo. Solo conjeturas, o en el argot de las series de detectives estadounidenses, todo era circunstancial.

Lacy trabaja en la Comisión de Conducta Judicial de Florida, algo así como la Sala Disciplinaria del Consejo de la Judicatura, pero se encarga de investigar solo jueces, en un país donde estos los eligen los ciudadanos por voto popular y pueden permanecer en sus cargos de manera vitalicia. Por eso, sus investigaciones de este cuerpo, que no existe en la realidad, pero se parece a la Comisión de Calificaciones Judiciales, son sobre asuntos menores en la mayoría de los casos. Lo más grande con lo que se han topado es con sobornos, corrupción, pero nada de eso les da la experiencia para investigar a un juez, menos de intachable moral pública.

No es un juez que, maniatado por la ley, decide hacer justicia por su propia mano. No, aquí el asunto es más personal. Son culpables las víctimas de haberse metido con este juzgador, bien un abusador de menores, el detonante; bien una chica que habló de su mal desempeño en la cama. Cada uno era culpable por ofenderlo.

La lista del juez es una novela que está llena de suspenso, con dos mujeres distintas, pero de fuerza única para atraparnos con sus historias. La denunciante, Jeri, lleva 20 años detrás del asesino, una obsesión que la consume, un seguimiento que le hace perder la tranquilidad, una búsqueda en la que por poco se pierde. Una investigadora empírica, pero que de esa manera logró más resultados que la Policía en todos los casos.

El problema con los asesinos en serie es que lo que hacen en privado es difícil de rastrear. Grisham construye como siempre una trama que nos va llenando de ansiedad para saber cómo se resolverá la situación, que no es fácil. Una testigo que entrega la información a cuentagotas, una dependencia que no quiere abordar semejante responsabilidad, un personaje que durante poco más de 20 años ha matado con total impunidad y limpieza. Como si fuera poco, termina por ser un hacker experto, que diseñó un programa para rastrear cualquier novedad relacionada con sus crímenes o con él mismo.

Una novela que nos va soltando poco a poco, también, los resultados de la investigación y las frustraciones. Hay también en ella algo de crítica a la paquidermia de ciertas organizaciones burocráticas, donde anidan los más vulnerables de la cadena alimenticia del mundo de los abogados, de personajes que están allí de paso, esperando una mejor oportunidad. Una crítica al sistema, por supuesto, y al tiempo una alegoría para quienes no desfallecen en buscar la justicia, así esta tarde un par de décadas. Esas obsesiones tienen su recompensa, de vez en cuando, y sus cargas. Yo sé por qué se los digo.

Lean esta entretenida novela de un experto del género y #HablemosDeLibros y de otras novelas negras.

Subrayados

* Quería que se pasara las noches en vela, atento a cada ruido y temblando de miedo, como había vivido ella durante tanto tiempo.

* Sabía que, cuando trataba con hombres de esa edad o mayores, su encantadora sonrisa solía conseguirle lo que quería.

* La vigilancia llevaba mucho tiempo y no solía ser productiva.

* Muchas veces llegamos a admirar, incluso a amar, aquello mismo que odiamos de manera tan obsesiva.