Fernando-Alonso Ramírez
Periodista y abogado, con 30 años de experiencia en La Patria, donde se desempeña como editor de Noticias. Presidió el Consejo Directivo de la Fundación para la Libertad de Prensa en Colombia (Flip). Profesor universitario. Autor del libro Cogito, ergo ¡Pum!
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X (Twitter): @fernalonso
Llegó primero Imposible decir adiós que Blanco, pero es evidente que ambos libros de la nobel de Literatura Han Kang dialogan en un plano íntimo y sensorial. En el primero, Han Kang explora la conexión entre dos amigas con una densidad emocional que roza lo extrasensorial. La muerte está presente, silenciosa pero insinuante.
En Blanco, en cambio, la autora abre un espacio de catarsis: la historia de, quien debió ser su hermana mayor, fallecida a las dos horas de nacida se convierte en el eje de una reflexión sobre la ausencia, el cuerpo y el destino compartido.
"En el interior de ese silencio que huele a sangre, con la manta blanca entre sus cuerpos, continúan unidos".
Del primer libro ya escribí en esta columna. Por eso ahora, me referiré a Guardé el anochecer en un cajón, el texto de poemas que acaba de ser traducido al español, casi al tiempo de Blanco.
Ambos libros se entrelazan en una búsqueda de sentido a través del lenguaje. Y es precisamente en ese lenguaje donde Kang borra los límites entre géneros: sus novelas se leen como poesía, sus poemas como relatos.
“Yo sería tu respiración, el hálito jadeante
en tu boca como un velo negro, si tú vinieras, amor mío.”
Han Kang nos tiene acostumbrados a una escritura sensible, donde cada palabra parece cargada de una energía física. En Blanco, esa fuerza se convierte en performance: la autora llevó el texto al escenario, narrando la historia de su hermana y su madre, como si el cuerpo del lenguaje pudiera encarnar el duelo.
“Imagino que fue ella quien vino a este lugar en ves de mí.
A esta ciudad extrañamente familiar, cuya vida y muerte se parecen tanto a las suyas."
La poesía en Kang no es ornamento, es estructura. Es el modo en que la autora fuerza el lenguaje para hacer vívidos los momentos más duros. Por eso, leerla es una experiencia que trasciende el género: es entrar en una casa de arena, sabiendo que se desmorona, pero también que en cada grano hay una historia.
La escritura del libro que se promociona como novela se inicia como un aporte a la creatividad, de cómo se empieza a construir un texto: Kang piensa en el color blanco y enumera objetos, sensaciones, memorias. Ese primer listado son 15 palabras relacionadas con la blancura (Manta de bebé, Batita de recién nacido, sal, nieve, hielo, luna, arroaz, que se convierten en capítulos de lo que pretende ser una novela, pero es poesía.
El blanco se convierte en símbolo de pureza, de pérdida, de silencio. Y en ese silencio, la poesía emerge de manera natural hasta volverse prácticamente dramaturgia.
“Una vez se hacía mayor y se independizaba, adoptaba una actitud ante la vida extremadamente ética, rayana en la obsesión.”
En Guardé el anochecer en el cajón, la voz poética de Kang se despliega con una precisión que permite degustar cada palabra. No es solo la forma, sino la intención: el deseo de mirar el mundo desde el espejo roto de la memoria.
“Pero el deseo de volverme imprecisa
no hace las cosas imprecisas.”
Kang sigue siendo una maravillosa sorpresa. Reúne lo mejor de todo lo que puede ofrecer la literatura asiática. Para quienes además quieran aprender algo de la escritura coreana, en el libro de poesía se tiene el texto original en ideogramas, y si no, igual paladeen cada emoción vuelta palabra:
“Yo, que no creo ni en Dios
ni en los hombres,
me acuerdo de tu silencio.”
Para no dar más vueltas, los invito a leer estos dos textos como poesía, así diga uno de ellos novela. Para la muestra este botón de Blanco. El capítulo Arena dice así:
"Además, ella se olvidaba con frecuencia
de que su cuerpo (como todos los cuerpos) era una casa de arena.
De que se desmoronaba y seguía desmoronándose.
De que se escurría incansable entre los dedos."
Asimismo, en el libro que se etiqueta como poesía, aparecen estos versos titulados El invierno al otro lado del espejo 11:
“Caminábamos bajo la lluvia
alrededor de las rejas del zoológico.
Mientras los cervatillos jugaban al abrigo de los árboles,
un poco más lejos los vigilaba la madre,
igual que las madres humanas hacen con sus niños.
Cuando todavía caía la lluvia en la plaza
mujeres con pañuelos blancos en la cabeza,
bordados con los nombres de los niños asesinados,
marchaban en lenta procesión.”
¿Alguna diferencia? En fin sigamos aprendiendo más de estas maneras de narrar, donde una autora como Han Kang deja la piel en cada frase y Hablemos de Libros.
Blanco, una demostración de lo dicho por el jurado del Nobel, "una intensa prosa poética". En Guardé el anochecer en un cajón se puede hallar todo lo poderoso de la poesía de Han Kang. Ambas traducciones son de Sunme Yoon.