Fernando-Alonso Ramírez
Periodista y abogado, con 30 años de experiencia en La Patria, donde se desempeña como editor de Noticias. Presidió el Consejo Directivo de la Fundación para la Libertad de Prensa en Colombia (Flip). Profesor universitario. Autor del libro Cogito, ergo ¡Pum!
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Puede ser esperanzador que Wolfram Eilenberger, estudioso de las escuelas filosóficas más importantes y de las vidas de sus principales protagonistas, haya subtitulado la portada de su más reciente libro traducido al español Espíritus del presente, con la siguiente expresión: Los últimos años de la filosofía y el comienzo de una nueva Ilustración 1948-1984.
1984 es el año de la novela disruptiva de George Orwell, que nos muestra los peligros de una sociedad controlada por el Gran Hermano, donde alguien, de manera artificial, dirige nuestros destinos. Todo lo contrario de lo que significó la Ilustración hace más de dos siglos: destacar al ser humano como dueño de su vida gracias a la razón.
Sin embargo, en estos días el oscurantismo vuelve a hacer de las suyas. Se niega el valor universal del ser humano, se reniega de la globalización y se echan para atrás derechos que parecían adquiridos. Este libro, que habla de la vida de quienes pudieron ser los “antifilósofos” en el periodo que analiza —aquellos que se opusieron a las escuelas tradicionales— dista mucho de los pensadores que el mismo autor retrató en Tiempo de magos.
El nuevo libro pretende cerrar la trilogía que tuvo en el medio el texto El fuego de la libertad. Al finalizar el proyecto, lo que tenemos es una mirada profunda no solo al pensamiento de doce filósofos —cuatro por libro—, sino a las vidas que dieron estructura a sus ideas, lo que formó el talante de quienes fueron capaces de ir contracorriente y sacar adelante miradas capaces de reinventar la manera de ver los objetos de estudio.
Los analizados en este último trabajo son Susan Sontag, Theodor Adorno, Paul Feyerabend y Michel Foucault. Este, tal vez el nombre más conocido para la mayoría, no solo por su obra y personalidad, sino también porque muchos lo confunden con el personaje literario en El péndulo de Foucault, que no es él —como muchos intentan descrestar por ahí— sino de Umberto Eco.
Son pocas las coincidencias entre estos personajes, más allá de que los métodos tradicionales para el pensamiento no fueron lo suyo. Cada uno, en su campo, contravino las teorías dominantes, lo que les trajo tantos problemas como retos que los obligaron a inventar la manera de afincar sus ideas y poder divulgarlas.
Lo interesante de los trabajos de Eilenberger es su capacidad para recrear las vidas de sus personajes con base en los momentos que enfrentan en su cotidianidad y, al mismo tiempo, en lo que ocurre a su alrededor: cómo se mueve el mundo y cuáles pueden ser las influencias para que el pensamiento de uno tome un camino u otro. Para entender por qué sus decisiones, que para muchos eran inexplicables en su momento.
Lo que más me gusta es cómo el autor hace que estos nombres —que pueden ser héroes para muchos— terminen siendo tan humanos, tan enfrentados a las dificultades cotidianas del vivir, tan cargados de hastío por la vida misma. Y, sin embargo, logran imponer sus ideas o al menos divulgarlas y conversarlas con sus discípulos, sus patrocinadores o sus antagonistas. Porque más allá de la vida, se quiere dejar huella.
Esta frase describe muy bien por qué resulta paradójico hablar de Ilustración en ese tiempo: "En 1958, Horkheimer y Adorno veían con claridad el peligro que encerraba una sociedad venidera cuyos miembros se hubieran vuelto sordos de manera colectiva a las diferencias realmente decisivas de la vida".
En este 2025, no solo es una sociedad sorda, sino ciega y, al parecer, muda, mientras los autoritarios asumen el mando y quieren dirigir sus países como iglesias, esperando que todos les den un voto de fe para hacer y deshacer sobre libertades y derechos. Al fin y al cabo, muchos andan muy cómodos en los lugares que ocupan en la sociedad.
Así se da cuenta de que este periodo de posguerra, en el que ciertas visiones querían mostrar unanimismo, dirigido por los Aliados ganadores de Occidente, mientras crece la Guerra Fría y se extinguen ilusiones como el Mayo del 68, termina por radicalizar a estos outsiders del pensamiento, quienes poco a poco dejan huella con sus miradas, anti-: "detrás de los espectaculares procesos de Moscú actuaban los mismos impulsos antiilustrados que detrás de las producciones de Hollywood".
Como en otras épocas de posguerra, la lucidez no vino de los altares del poder, sino de quienes se atrevieron a pensar diferente. Y esa es, quizás, la nueva Ilustración que Eilenberger nos invita a conocer. Si se animan a leerlo, filosofemos y Hablemos de Libros.
Subrayados
- Tal como Adorno interpretaba a los clásicos del idealismo alemán, siempre había una brecha entre el decir y el ser, entre el concepto y la intuición, entre la comprensión voluntaria y la aprehensión involutaria.
- Sin embargo, en su propia mente pletórica de energías, el verdadero estupefaciente salvador seguía siendo el diálogo por escrito esos verdaderos dioses del espíritu, de los que ella -Sontag- a su vez podía dejarse inflar y alcanzar nuevas alturas.
- ...Foucault. Después de todo, no estaba loco. Y tampoco cansado de la vida. Al menos ya no lo estaba. Su trabajo, su pensamiento, lo habían curado.
- A Feyerabend no le apetecía llamarlo su propia filosofía. menos aún a tenor dl estado de su gremio en aquel entonces. menos aún a la vista de sus coelgas, a quienes volvía a ver pulular por los pasillos de sus institutos como curanderos que se hubieran quedado en paro. Especialmente a la vista de la evolución de la filosofía en los últimos 350 años.
Foto | LA PATRIA
La trilogía que da vuelta a 12 pensadores que rompieron moldes filosóficos.