Hace poco, pregunté en clase a los alumnos sobre a qué habían venido al mundo. “A ser felices”, respondió un estudiante con convicción. Me hizo recordar a John Lennon. Con tristeza lo corregí, advirtiendo que si nacimos en Colombia, al mundo vinimos pero a pagar impuestos. Lo demás son utopías.

Ciertamente, es tal la cantidad de tributos que existen en nuestro país que su estudio bien puede limitarse a determinar qué no está gravado. No puede negarse que el aumento del recaudo fiscal ha logrado desarrollar Estados sólidos que atienden las necesidades de sus ciudadanos. Pero en nuestro país pareciera que se hubieran cambiado los fines de la Constitución, creyendo que el fin del Estado es simplemente su financiación.

En efecto, en Colombia el no pago de impuestos acarrea más sanciones penales, fuera de la innumerable cantidad de multas existentes. La legislación contiene varios delitos fiscales, y la DIAN siempre nos lo recuerda. Seguramente como medida disuasoria para lograr el pago, ello sea necesario, no lo niego, pero el punto es que en nuestro Estado deber impuestos se volvió más grave que acabar una vida, que secuestrar un ser humano, torturarlo, e incluso, que robarle al Estado mismo.

Los contribuyentes morosos se convirtieron en el foco del Gobierno, que despliega todo el poder en su contra. La corrupción supera cualquier cálculo, y la respuesta al hueco que esta deja es subir impuestos. Los honestos nos vemos obligados a cubrir el hueco que deja la corrupción.

Denunciar una extorsión, un hurto, entre otros delitos que afectan a los ciudadanos, se convirtió en un saludo a la bandera. Pueden transcurrir años hasta que el polvo termine por archivar cualquier esperanza de justicia. Pero ¡ay! que la DIAN denuncie un delito fiscal. La Fiscalía corre a conminar al moroso a cumplir con su obligación so pena de ser llevado al cadalso. En últimas, pareciera que convirtieron el aparato de poder del Estado en una institución que únicamente persigue lo que le interesa.

En los últimos años, y ahora en el desgobierno de turno, escuchamos que el Estado se sienta a dialogar con ciudadanos, pero solo si son delincuentes, diferentes a quienes le deben impuestos. Una que otra vida, la reclusión de menores, secuestros y torturas se perdonan con facilidad. Recaudar impuestos para gastar se volvió la única prioridad. Ser un contribuyente moroso es un delito imperdonable. Delinquir contra los ciudadanos es algo que se puede amnistiar sin problema.

¿En qué momento permitimos la inversión de los valores? ¿En qué momento olvidamos que la razón de ser del Estado es proteger la vida, la honra, la dignidad y la propiedad privada de los ciudadanos? No puede ser que no pagar impuestos sea más grave que matar a un ser humano. Insisto en que no estoy proponiendo dejar de pagar tributos. Sin duda el recaudo es necesario para el funcionamiento de nuestras instituciones. Pero si estas olvidaron para qué las crearon y se dedican a buscar únicamente recursos para su subsistencia, perdieron su razón de ser.

Mientras sea mejor negocio ser homicida, secuestrador, ladrón, corrupto, entre otros, que ser empresario, dar empleo y pagar impuestos, es una ley del mercado que cada día habrá más de los primeros y menos de los segundos. Cuando acaben los contribuyentes, y el Estado se dé cuenta de que no podrá vivir de criminales, quizás sea demasiado tarde.