Fanny Bernal Orozco * liberia53@hotmail.com
Tributo a Martín Arango...
Las muertes tempranas e inesperadas siempre tienen un impacto emocional que afecta de manera dramática tanto a familiares, como a amigos y personas cercanas. Y a pesar de que tenemos la certeza de la muerte, generalmente asociada a la vejez o cuando se padece una enfermedad de difícil pronostico o tratamiento, su llegada de manera intempestiva o inesperada, irrumpe e interrumpe de forma dramática la cotidianidad.
Cuando la muerte es temprana y más aún, causada por otra persona en un accidente de tránsito, que además conduce bajo los efectos de la embriaguez, surge un complejo tsunami emocional. Pensamientos, emociones y sentimientos emergen de manera descontrolada y nublan el principio de realidad, experiencia que es conocida como anulación psíquica; y que -en muchas ocasiones- hace que sea más difícil y complejo atravesar y tramitar el camino del duelo.
Habitar el dolor de la ausencia que produce la muerte temprana de un ser amado y significativo, requiere voluntad, responsabilidad, motivación y esfuerzo, actitudes que al iniciar un camino de esta naturaleza, no siempre se tienen claras. Es como estar parado ante un mapa, en el cual, se encuentran múltiples senderos y emociones confusas, que originan incertidumbre. Lo más doloroso es que a veces ni siquiera se tienen las fuerzas para transitarlos.
No hay señales, ni flechas, ni brújulas, nada que indique cómo dar los primeros pasos para iniciar el proceso de duelo y mientras este comienza, la historia compartida se traduce en un perenne presente doloroso, que da cuenta de la realidad de la ausencia y del deseo de la presencia.
El tiempo de la memoria emocional, se mueve hacia el pasado y llegan al presente escenas, rituales, anécdotas y complicidades; mientras que el futuro se desdibuja, se nubla y se torna incierto, lo cual evidencia la realidad de la ausencia y la impuesta soledad, como consecuencia de una acción irresponsable y violenta.
El duelo por muerte temprana e inesperada requiere acompañamiento con paciencia, prudencia, afecto, escucha activa y respetuosa, bondad en el corazón y, de manera especial, compasión. Hay que tener en cuenta que no hay fórmulas, técnicas ni recetas para vivir los duelos, cada uno es particular e íntimo.
Lo anterior significa que cada doliente expresa su dolor y su queja, desde su individualidad, sus recursos de afrontamiento, su tolerancia a la frustración, sus valores y virtudes, su capacidad para aprender de la pérdida y, de manera especial, sus equipajes emocionales.
Por otra parte, una cuestión es sanar y otra reparar. Ante una muerte temprana e inesperada, la reparación debe conjugar ‘la ética y la técnica de la justicia’, como diría Carlos Gaviria; porque hacer efectiva solamente la técnica, es correr un límite que instrumentaliza y minimiza la pérdida provocada.
Se requieren decencia y vergüenza para reconocer y tramitar ante los dolientes y la sociedad, el sentido y el significado de una justicia que repare el daño y el dolor causado.
* Psicóloga - Docente titular de la Universidad de Manizales.
www.fannybernalorozco.com
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