Fanny Bernal Orozco * liberia53@hotmail.com
La historia de Colombia, en lo concerniente a la violencia, es una suma de conflictos y muertes por diferentes causas. Páginas enteras de estadísticas en diferentes épocas, dan cuenta de muertes, secuestros, desapariciones, atentados, desplazamientos, torturas, masacres. Hay quienes afirman que pareciera que el ADN del odio y de la guerra lo lleváramos en la sangre desde hace siglos.
Muchos años contando muertos, buscando desaparecidos, pagando por secuestros de vivos y de muertos, dinamitando pueblos, oleoductos, puentes, actos brutales para sembrar horror, miedo, desconsuelo, desconcierto.
Es triste afirmar que, al leer sobre la historia de la violencia, muchas desgracias -sino la mayoría- han sido fruto de los odios entre los colores, partidos políticos y dirigentes mezquinos, responsables ellos -algunas veces- de azuzar la barbarie y la crueldad, la que se ha fortalecido y exacerbado con el cultivo y tráfico de drogas.
Es cierto también que aquí hay violencias perpetradas por muchos actores que se hacen llamar de diferentes maneras. Sin embargo, todos tienen en común el desprecio por la vida de otros seres humanos y animales; también por el medio ambiente, cuando detonan explosivos y afectan los suelos, el agua, las siembras, la supervivencia de los campesinos y el futuro ecológico de las regiones.
Por otra parte, muchas de estas violencias comienzan en las familias, hijos no deseados, niños fruto de proveedores genéticos, consumos de alcohol y otras drogas. Maltrato entre las parejas, hacia los hijos y entre hijos, violencia de género, feminicidios, en fin; familias en las cuales se vive todo tipo de abusos: físicos, psicológicos, sexuales, económicos y emocionales.
La historia de nuestro país, se ha tejido con largos períodos de dolor y desamparo, cargas simbólicas de odio, rencor y desprecio por la existencia misma; lo cual ha sido alimentado por la impunidad cotidiana que se ha vivido y se sigue viviendo en nuestra triste Colombia. Miles de dolientes escuchan cada día frases como esta: ‘Vamos a investigar hasta dar con los culpables, hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga’, palabras que no generan ni siquiera un poco de esperanza.
Alguna vez escuché a un joven decir:
- "Pertenecer a un grupo me ha dado mucho poder, el cual aumentó cuando obtuve mi primera arma. Mi pareja se siente muy orgullosa de mí, además la justicia me da risa, pues siempre que me detienen, me sueltan rápido, por falta de pruebas o porque no fue en flagrancia". Palabras expresadas sin ningún asomo de culpa, reflexión o vergüenza.
El nuestro es un país con muchas leyes y pobres valores. Quienes hacen las leyes creen que es implementando más decretos, como se imparte orden y justicia. No piensan que hay que enseñar, aprender y dar ejemplo en asumir valores, virtudes y ética firmes, para así, tejer una sociedad que viva en respeto y empatía.
Sin estos aprendizajes, es muy difícil pensar en vivir en una comunidad diferente, que le apueste al debate serio y responsable, para lograr consensos que beneficien positivamente al país.
Contar los muertos, aumentar las estadísticas, ese es el quehacer cotidiano en esta nación; mientras los sobrevivientes lloran sus duelos en medio de la rabia, la amenaza y una constante sensación de desamparo, desconsuelo y soledad. Cada muerto tiene nombre, apellido, familia, sueños e historias truncadas, que apenas dan cuenta de las múltiples tragedias, de esta ‘Colombia, de duelo en duelo’.
* Psicóloga - Docente titular de la Universidad de Manizales.
www.fannybernalorozco.com
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