En esta historia de creyentes y necios, en el Once Caldas, no todos están acostumbrados a asimilar victorias y derrotas, dolorosas estas últimas, sobre todo cuando llegan intempestivas.
El fútbol expuesto, valorado y aplaudido tuvo efectos inesperados, con bruscos cambios de emociones entre los aficionados.

En el Once, los futbolistas- sin saberlo-, llevaban una cruz a cuestas. Se acostumbraron a ganar, y nunca se prepararon para perder.

El balón dejo de ser propio, paso a ser dividido, se dispararon los nervios y las inseguridades.

La fluidez que antes se transmitía, con el balón viajando de un pie a otro, conducido con destreza, se transformó en provocaciones, duelos físicos sin media, reclamos airados ante los errores y simulaciones.
A lo largo del año el equipo demostró que tenía recursos, pero al final fueron mal gestionados. El Dayro inspirador se convirtió en problema, porque llevó a muchos aficionados a pensar que él era el único, que sus registros goleadores estaban por encima del Club y su disciplina.

El hincha se pregunta: ¿por qué ocurrió todo esto? Al desaparecer el fútbol armónico y fluido de aquellas tardes placenteras, se perdieron las ventajas. Se vio un equipo torpe, repetido, sin recursos creativos y sin goles, que jugaba fútbol directo sin precisión y enfrentaba la puntada final de las maniobras ofensivas con desespero.

No hubo liderazgo. Los encargados de asumirlo se amilanaron, con falta de carácter para afrontar la crisis y salir de ella.
Se excluyen en el fracaso, el que aún no se asimila, Juan Cuesta, , Niche, Riquett, Mateo Garcia, Zuleta y Robert Mejía. Aguirre, buen portero, nunca pudo conducir su vida, atenazado por su temperamento.
Solo una mínima porción de aficionados, creyó el cuento de la “venta de conciencias” en la Copa a pesar de que la Liga actual transita en medio de sospechas. Pero todos entendieron que el desplome general se dio por falta de compromiso y, especialmente, por la indisciplina. Como en el último partido, asumido con desgano por la mayoría.
Lo único rescatable ante el Pasto, fue el gol de Zuleta, el retorno de Niche Sánchez con la frescura de su juego, el cabezazo de Dayro próximo al gol que termino en las nubes, la atajada de Aguirre al rincón, en espectacular volada.

La lesión de Robert, que no paso de un gran susto y la triste silbatina a Alejo García, a quien nunca la tribuna le perdonó su irregularidad en el juego. No merecía esta despedida y no debió ser alineado.
La hinchada del Once está herida en su amor propio. No perdona la falta de jerarquía, los atentados contra el orden interior y las huidas cobardes ante los reproches.
Porque cuando jugaban con ventaja, con autoridad en su fútbol, los futbolistas, borrachos de victoria, no se prepararon para el drama de las derrotas.
El punto de quiebre fue la copa. Resulta hoy tan utópica y milagrosa una clasificación con dependencia directa de otros resultados.