El llamado de Dayro a la Selección Colombia, es un justo reconocimiento a su presente futbolístico, su influencia en su equipo, su ascendencia en la Liga y su frecuencia goleadora.

Llega por su protagonismo con el balón, en la zona de gol, en el indescifrable, para muchos, último cuarto de la cancha.

Lo suyo no es imposición de la dirigencia, ni intromisión de empresarios, ni clamor de la prensa o los aficionados con sus afectos. Llega por sí mismo.

Porque sabe mejor que muchos, que el gol es la cosa más bella del fútbol. Es antidepresivo. Sin él, es un asunto vulgar, tedioso e insípido.

Parrandero, mujeriego, bailador y goleador, lo que muchos le discuten, es indultado con frecuencia en sus desmanes, por su olfato ante las redes, las que enfrenta con naturalidad al definir.
Abierto a controversias, por su citación, Dayro no es un solitario Mesías, que llega a salvar a Colombia de la crisis de gol y resultados, ni a allanar el camino al mundial.
Tampoco es Rambo ni Superman. Es una pieza más del fútbol de conjunto. Dayro para la selección y la selección con Dayro, sin choques de egos, con empatía.

Es Colombia, en su propósito de salir airosa ante el mundial. Es Dayro, para demostrar que no se equivocan quienes confían en él. Muy cruel sería verlo en el banco o la tribuna haciendo la ola. Como tapabocas de la crisis. Sería una gran equivocación.

Ganó bien, sin dominar y sin sufrir. Sin divertir. Con un gol de penalti y un golazo. Este último fulminante triangulación, a tres toques desde el portero Aguirre, sin rodeos en la elaboración, con pivoteo de Zapata y definición de Barrios, de impecable juego.

El Once, reactivo, contragolpeó con velocidad, empujado por una incansable tarea de Robert Mejía en la recuperación. Su elaboración con toques, guiado por Niche Sánchez, quien encuentra con facilidad los espacios a atacar, con sus pases milimétricos, apoyado en Juan Cuesta, con su amplitud y profundidad. Lo hace con pases profundos y milimétricos.

Cuando el partido se puso cuesta arriba, por la reacción de Santa fe, impecables en el cabeceo ofensivo fueron Kevin Cuesta y Riquett, con el respaldo de Aguirre, el portero quien enmendó sus errores, con soberbias atajadas.
Harto de Caídas el Once encontró la terapia de choque y activó el próximo clásico ante Pereira, sin ver la posibilidad de la clasificación, como tarea imposible.