Ya viejo para el fútbol, activo como goleador, Dayro Moreno cumplió otra vez el sueño del pibe: jugar en la selección. Lo vivió como si fuera la primera vez.
Se le vio feliz, integrado al grupo que lo respeta por su historia... se robó el show de las tribunas, agitó la prensa e incendió las redes.
De su fútbol o sus goles poco o nada, por la negativa de Lorenzo, quien, para salir de la crisis de rendimiento y resultados, probó otras alternativas que resultaron indiscutibles.
Paradójico es que mientras Colombia sufría la ausencia de gol, por la ansiedad de sus atacantes, apareció Dayro, convertido en motivador, para estimular la competencia por el puesto, lo que mejoró la calidad a la hora de las definiciones.
Sus minutos en la cancha, no fueron suficientes para cambiar la percepción respecto al motivo de su convocatoria hecha, ya sin dudas, por presiones y conveniencias. Al final celebró, hizo la ola y pasó inadvertido porque no anotó.
Todo pareció un regalo de Navidad anticipado en medio del contentillo que le brindaron. Dayro se dio sus gustos, estuvo en la élite, y dio razones de peso para sus defensores y temas puntuales para sus detractores.
Entre tanto su club el Once Caldas, sin su romperedes predilecto, acumuló victorias y puntos, en su reencuentro con el protagonismo en la Liga.
En el denso calendario que enfrenta con esfuerzo extra, continua con vida en los tres frentes de la competencia, con posibilidades de éxito.
Con la insolidaridad de otros clubes, como el América, renuente a mover partidos para ajustar el calendario con las comprensibles desventajas.
Sin tiempo para celebrar, entrenar y competir, recuperar los lesionados y cumplir los itinerarios, el Blanco recibe al goleador como estímulo para sus compañeros con atractivas expectativas.
Ante Bucaramanga, el Once fue más físico que técnico, no fue arrollador ni fue humillado, compitió de igual a igual, mostró figuras y posturas de vuelo como Aguirre y Barrios y rescató un punto que lo mantiene con vida en la tabla.