Mario Vargas Llosa (1936) anunció su retiro de la vida literaria a los 87 años, al cesar la publicación de su columna quincenal en el diario español El País, publicar su última novela de temas peruanos y revelar que ajusta los detalles finales de un libro sobre el escritor francés Jean Paul Sartre, que lo influyó mucho durante su juventud en Perú y sus primeros tiempos parisinos.
El peruano ha sido protagonista de la vida literaria hispanoamericana desde muy joven y gracias a una capacidad de trabajo impresionante y una disciplina a toda prueba, ha creado una vasta obra con múltiples novelas consagradas, libros de ensayos, reportajes y artículos en los que ha abordado a través de las décadas la actualidad mundial.
Además se dio el lujo de aspirar a ser presidente de su país y vivió la experiencia de una intensa campaña electoral en la que fue derrotado por Alberto Fujimori. Después de obtener todos los premios y honores posibles, decenas de doctorados honoris causa y condecoraciones, logró al fin la presea máxima, el Premio Nobel de Literatura, que le había sido esquivo hasta entonces y que pensó nunca lograr a causa de sus radicales posiciones derechistas. Caído el Muro de Berlín en 1989, ese obstáculo se derrumbó al fin y desde entonces ese galardón, que antes premiaba a autores hispanoamericanos de izquierda como Neruda y García Márquez, empezó a otorgarse después a autores de derecha como Camilo José Cela, Octavio Paz y Vargas Llosa.
Para lectores y autores de varias generaciones Mario Vargas Llosa siempre ha estado presente desde hace más de seis décadas, infatigable, omnisciente y omnipotente en el escenario cultural y para bien o para mal ha influido en nuestra práctica literaria, irrigando con su fuerza nuestra pasión por las letras.
En mi caso se remonta a los tiempos del bachillerato, cuando cayeron en mis manos sus primeros libros clásicos Los cachorros, La ciudad y los perros, Conversación en la Catedral y Pantaleón y las visitadoras, donde el peruano abordaba con talento la vida real de su país, el ambiente escolar, la bohemia periodística y la pobreza y la violencia ancestrales peruanas. En ese entonces Vargas Llosa era de izquierdas y durante varios años apoyó a la Revolución cubana hasta alejarse poco después de esa ideología y adoptar el pensamiento liberal.
Después de leerlo uno quedaba impregnado de su prosa y guardo unos cuadernos viejos en los que en cuarto y quinto de bachillerato traté de escribir una novela donde sin duda imitaba su estilo. Por esos años el joven y apuesto Vargas Llosa, cuyo rostro parecía el de un galán de telenovelas, vino a Manizales al Festival Internacional de Teatro latinoamericano y protagonizó allí una reyerta con muchachos de izquierda que le reclamaban por sus nuevas ideas reaccionarias.
O sea que a todos los escritores latinoamericanos de las generaciones posteriores, el narrador peruano en las capitales y en las ciudades de provincia nos ha inspirado y dado fuerza para escribir, pues sus libros siempre circularon en todo el ámbito de la lengua y fueron traducidos a todas las lenguas posibles. Su actividad infatigable, su ardua lucha para escribir magníficas novelas, algunas de gran calado, y su sinceridad al decir y defender lo que piensa contra viento y marea son un ejemplo para todos.
El peruano se ha dado el lujo además de enamorarse como un adolescente a los 80 años de edad de la diva filipina Isabel Preysler y vivió con ella un largo romance que terminó mal como muchas historias de amor de telenovela, llenando de chismes y sobresaltos revistas del corazón como Hola y páginas de entretenimiento de los diarios.
O sea que el maestro, después de ese último episodio romántico del que salió chamuscado, ha comprendido que el fin se acerca y con sabiduría prefiere replegarse a sus aposentos privados a pensar en una larga vida de éxitos, fracasos y emociones sin fin. Vargas Llosa es sin duda un pilar fundamental de la literatura en castellano y una figura admirable de rango mundial, excepcional por su precocidad, vitalidad y longevidad pocas veces vistas.