Han pasado 75 años desde el asesinato el 9 de abril de 1948 en Bogotá del carismático líder liberal Jorge Eliécer Gaitán y el país sigue patinando como siempre en los caminos empantanados del sectarismo, el fanatismo, la intolerancia y la violencia latente, lo que le impide seguir adelante y avanzar a través del respeto y el diálogo civilizado entre adversarios.
Aunque muchos otros países en el mundo siguen marcados por las tragedias de su pasado antiguo o reciente, inclusive las grandes potencias de hoy y las naciones europeas más antiguas, pocos países como Colombia se han destacado por vivir siempre inmersos entre el lodo de su pasado, como si una maldición, un maleficio, se empeñara en mantenerla en esa situación que es una reversa permanente entre charcos de sangre e insultos, chismes, algarabía, mentiras, vulgaridad e imprecaciones repetidos.
Ya en los tiempos de la llamada Patria Boba y en todo el siglo XIX, Colombia se especializaba en caminar como los cangrejos hacia atrás, deshaciendo en súbitos momentos de guerra y violencia inenarrables el camino que con dificultad había recorrido para tratar de salir poco a poco de la barbarie.
Mil y una guerras han ensangrentado el país y sus regiones, empeñadas ya hace siglos en combatirse unas con otras, caucanos, antioqueños, santandereanos, costeños, tolimenses, cundinamarqueses, pastusos, vallunos, llaneros, azuzados siempre por caciques, mafiosos, caudillos y líderes, causando el éxodo permanente de la población a nombre de ideas conservadoras o liberales, realistas o independentistas, centralistas o federalistas, socialistas o de ultraderecha.
Tras esas banderas esgrimidas por el pueblo o eso que algunos denominan la infame turba se ha escondido siempre la codicia de quienes pescan en río revuelto y después de las deflagraciones y las masacres terminan por acumular, confiscar y apropiarse de las mejores tierras, riquezas y viviendas abandonadas por las viudas y los huérfanos amenazados.
Todos en este país tenemos nuestra propia historia familiar de éxodo transmitida de generación en generación como en las sagas bíblicas, indias, nórdicas, africanas, rusas, americanas o asiáticas, versiones todas ellas que hacen parte de la historia básica de la humanidad, que en esencia es la sucesión de invasiones, despojos, robos, violaciones y huida de todas las poblaciones que han habitado esta maldita tierra. O sea que la historia de Colombia no es nada original y es solo una réplica de las vicisitudes vividas por todas las naciones del mundo con sus héroes y mitos asesinados.
El historial de invasión y éxodo en estos territorios de América es igual desde antes de que llegaran los conquistadores anglosajones o españoles, pues poderosos pueblos prehispánicos como mayas, incas o aztecas y sus múltiples ancestros milenarios subyugaban y esclavizaban a otros pueblos ejerciendo la más atroz violencia, exhibiendo las cabezas cortadas, jibarizadas o las calaveras que restaban de los sangrientos sacrificios piramidales. La historia de Estados Unidos se reduce a la invasión impacable y el exterminio de las poblaciones originales de las que hoy solo queda la sombra y algunos tótems o ídolos míticos que resistieron como el apache Gerónimo.
Jorge Eliécer Gaitán quedó en el mito como todos los mártires de la política o las revoluciones, pues fue asesinado antes de llegar al poder. Por su talento, capacidades intelectuales y oratorias conquistadas a pulso de estudio e inteligencia desde su origen popular, es un mártir especial donde se concretan todas las frustraciones y ambiciones de una parte de la población colombiana.
Pero no sabremos nunca que hubiera sucedido si Gaitán hubiese llegado a la presidencia, pues la experiencia nos indica que quienes llegan al poder prometiendo utopías o sueños casi nunca pueden cumplir ni sus programas ni sus idearios y ya sentados en el solio de Bolívar deben ceder ante la terca realidad intransformable. Lo hubieran saboteado liberales y conservadores, traicionado los amigos, sus reformas serían frustradas o deformadas en el Congreso. Para terminar el periodo habría tenido que ceder, ofrecer puestos y embajadas.
Tal vez hubiera seguido el destino de otros notables líderes liberales o conservadores colombianos que tarde o temprano perdieron el apoyo popular, enfrentaron protestas, rebeliones y catástrofes y al final, vencidos, se aburguesaron o en el caso de los más sabios, guardaron silencio en la venerable ancianidad, como Lleras Camargo o Belisario. Pero como todo expresidente, Gaitán hubiera encanecido, convertido en un mueble viejo mandado a recoger.
Me imagino a un ex presidente Gaitán anciano de 90 años, sabio y retirado en alguna finca de la sabana o en algún balneario de tierra caliente, o en Roma o París, asombrado por el destino delirante del país en tiempos de guerrillas, narcos o paramilitares.
Hubiera sido criticado como todos los presidentes que gobernaron este país algún día, unos más idiotas que otros por supuesto, otros más elegantes y sabios que otros, pero juntos todos en la desgracia de no haber podido hacer nada por mejorar una patria enferma e ingobernable. No sería el mito que es hoy a causa de sus sorprendente y cinematográfico martirio, sino otro expresidente más de la extensa lista de frustrados mandatarios colombianos.