La vida nos palpita en todos los órdenes, y en todos los tiempos. Se manifiesta de maneras múltiples y en contrastes. De aprovechar las cualidades mejores que nos den algo de sosiego, un poco de felicidad y capacidad de entendernos con otros. Los afectos y la solidaridad están en línea con la comprensión. En mayor singularidad está el amor, con dificultad para definirlo, pero sí se dispone del conocimiento en su ejercicio.
He dispuesto por semanas de una obra singular: “Reflexiones sobre el problema del amor”, de Lou Andreas-Salomé (1861-1937), una mujer sobrada en talento e independencia, batida por la libertad intelectual, que marcó su vida con la busca incesante de conocimiento en los ámbitos de Europa y en proximidad de personalidades descollantes como Nietzsche, Rilke, Freud, con valiosa obra literaria y filosófica, y aplicación al psicoanálisis.
La obra referida es un examen cuidadoso de las aventuras en las relaciones humanas que lleva a los campos del amor ideal, el amor de conjeturas y suposiciones, el amor de la rebeldía, hasta el amor de la intimidad, de cercanía palpitante, con ambición de prolongarse sin detrimento del anhelo.
El amor implica la mutua atracción, con novedad, el deseo, el sueño, el ideal benévolo. Ocurre, sin descartar, que cuando dos personas llegan a conocerse en profundidad, la novedad decae, y el amor adquiere dimensión de estabilidad, sin los sobresaltos en los riesgos y en las ambiciones. Y en el amor erótico se despliegan exageraciones relacionadas con el egoísmo y la bondad, también a la manera intermedia entre el egoísta y la persona con sensibilidad social.
Andreas-Salomé equipara el amor entre humanos con la condición del artista, quien en su labor poetiza lo externo al sumir contenidos y dar forma a su obra: es la fuerza del amor. Afirma que el amor y la creación son lo mismo en su raíz. El amor es acción de crear para la persona amada, no por la motivación de esta, sino por sí mismo, dejándonos conducir con naturalidad en el proceso, para que el gozo sea genuino.
Dice: “El mundo de la creación y del amor significa hogar y cielo.” Pero no deja de haber ciclos o intermitencias en la pasión amorosa. Por otra parte, asevera que “solo quien sigue siendo fiel a sí mismo estará en condiciones de ser duraderamente amado.” No se ama en vano, es logro compartido, con los merecidos momentos de felicidad.
De las cosas buenas y dulces de la vida, al pasar el tiempo, irrumpe la nostalgia. Lo quedado atrás en el gozo, en el placer, en el despliegue de magnanimidad y altruismo, sin repetirse, no encuentra refugio ni asilo en el tiempo, veloz y voraz, menos en el espíritu; apenas la nostalgia.
La soledad en el amor consagra el silencio y refuerza el sentido de apego, a ese cuerpo/espíritu que nos acompaña. La reciprocidad es una entelequia de fortuna, con la veleidad del encanto. Cariño y ternura en la sinonimia del beso.