Cuando la semana pasada presentamos el Informe de Calidad de Vida 2024, de Manizales Cómo Vamos, hablamos de la necesidad de pensar la ciudad como un lugar de encuentro entre generaciones (ver: https://shorturl.at/maLZW). En 2034, uno de cada cuatro manizaleños tendrá más de sesenta años. Eso exige imaginar, desde ya, una vida no solo para unos mayores más numerosos y con más necesidades, sino también para unos niños y jóvenes menos abundantes, pero con mayor carga de crear y producir, en medio de más recursos para su formación.
Si hay algo que deje huella de una generación a otra es la educación. No solo la que los padres logran dejar a los hijos, que es la mirada más romántica, sino también la educación que les toca en suerte a los hijos por el nivel de formación que alcanzaron sus padres: una visión más cruda, pero también más real. Entonces se hace indispensable pensar que, de un lado, la continuidad educativa en los padres, adultos y mayores puede llegar a ayudar a la formación de los niños y jóvenes; pero del otro, que mejorar la calidad educativa en los estudiantes de hoy es también pensar que estamos formando a los padres, adultos y mayores que mañana influirán en la educación de los niños futuros, en un ciclo virtuoso de generación a generación.
En el libro ‘La quinta puerta’, Mauricio García Villegas y Paloma Cobo advierten que, al hablar de educación, “la suerte que corren hoy las personas no es tan forzosa como lo era antes, pero el nacimiento sigue teniendo un peso muy grande en su destino”. De ahí que nada reproduzca tanto la segregación, el clasismo y la desigualdad que ese diálogo entre generaciones por vía de la educación. De ahí que sea a través de la educación que la intergeneracionalidad puede llegar a romper los ciclos de pobreza y desigualdad.
Los resultados de la Prueba Saber 11 (2023) confirman esta conexión. En el Área Metropolitana de Manizales (Manizales, Neira, Palestina y Villamaría), entre los estudiantes con madres con formación profesional completa, el 86% alcanzó un nivel medio, medio-alto o superior en lectura crítica. En contraste, cuando las madres no tenían ningún nivel educativo, solo el 32% llegó a esos desempeños.
En matemáticas la brecha fue parecida: con madres profesionales, el 81% de los estudiantes llegó a niveles medio, medio-alto o superior. Con madres sin educación formal, apenas el 22%. (Para ver los datos completos, aquí: https://shorturl.at/KNhai) 
Lo mismo advertimos en el Informe Cómo Vamos en Primera Infancia 2024 (ver: https://shorturl.at/NcKwK). Los hogares con niños de 0 a 5 años registran mayor incidencia de pobreza que el promedio de Manizales. Una de las explicaciones está en el nivel educativo de quienes encabezan esos hogares: a 2024, un 61% solo tenían básica o media, según el DANE.
Por eso, hablar de educación implica un esfuerzo público que mejore el aula y que mida con constancia cómo vamos. Sin embargo, también implica programas de formación continua para adultos y mayores, bibliotecas públicas que sean verdaderos espacios de encuentro entre generaciones, y escuelas y universidades que integren a las familias en la tarea de enseñar y aprender. Al tiempo de formar estudiantes, se trata de construir una intergeneracionalidad educativa.
Una madre o un padre que le lee a sus hijos no es solo una imagen poética para cerrar esta columna. Una madre o un padre que ayuda a su hijo en una tarea de matemáticas no es solo una postal simbólica. Son fotografías de la realidad. Y lo son aún más cuando entendemos qué les leen, qué les suman, cómo les leen, cómo les suman, cada cuánto les leen, cada cuánto les suman, pero sobre todo, si esos padres y esos abuelos también aprendieron a leer y a sumar bien alguna vez. En la lectura y la suma compartida entre generaciones está una manera de hacernos mejores.