En mayo de 1968, París fue el epicentro de un estallido social y político. Una de las frases más contundentes de aquellas protestas fue “prohibido prohibir”, que se convirtió en un grito de rebeldía contra las restricciones y la opresión institucional, y que terminó erigiéndose en símbolo de resistencia frente a la censura y el autoritarismo. Un punto al que, lamentablemente, estamos muy cerca de llegar los colombianos.
Hace tres años, el Congreso de la República aprobó la ley que prohibió las corridas de toros. La norma otorgó un plazo de transición para su implementación. La ley fue demandada ante la Corte Constitucional, que recientemente falló no solo validando lo aprobado por el Congreso, sino ampliando la prohibición a las riñas de gallos, el coleo y las corralejas. Una decisión compleja y difícil de asimilar, especialmente porque toca puntos sensibles como la tradición cultural y el debate sobre el maltrato animal.
Colombia se ha convertido en un país cada vez más animalista. Son muchas las personas que manifiestan gran sensibilidad frente al trato hacia los animales. Al mismo tiempo, seguimos siendo una sociedad mayoritariamente carnívora, aunque algunos han decidido volverse vegetarianos o veganos, prácticas que, en ciertos casos y por falta de orientación adecuada, han derivado incluso en hospitalizaciones por cuadros de anemia aguda.
Muchas familias, en especial jóvenes, han optado por reemplazar los hijos con mascotas, sin tener en cuenta que estos animales son altamente demandantes. En no pocas ocasiones, esta decisión ha terminado en situaciones de maltrato. El fallo, sin embargo, no consideró que el sufrimiento animal no se limita a las prácticas ahora prohibidas. Este también se presenta en el transporte de reses, cerdos o en la preparación de las langostas, por citar algunos ejemplos. Siendo estrictos, el maltrato se presenta con la mayoría de los animales. En ese sentido, podría afirmarse que el fallo fue populista, parcializado y discriminatorio.
Otro aspecto que vale la pena resaltar es la discriminación que empieza a generarse hacia quienes practican o defienden estas tradiciones culturales, o hacia aquellos con comportamientos y actitudes diferentes. Una comparación, se puede ver con el trato de las minorías -como está sucediendo con las corridas- en las políticas xenofóbicas de Trump hacia los inmigrantes, que es la negación de la dignidad de los seres humanos que piensan y viven distinto.
El cumplimiento del fallo, sin duda, será complejo. Tradicionalmente, las riñas de gallos han sido vistas como una práctica clandestina y, en ocasiones, peligrosa por el nivel de apuestas que involucran. El coleo, por su parte, suele realizarse en lugares apartados y con escenarios improvisados; lo mismo ocurre con las corralejas. En cambio, por sus protocolos, el carácter artístico que algunos le atribuyen y los espacios formales en los que se desarrollan, las corridas de toros podrían ser las más fáciles de controlar y eliminar.
En dos años la Feria de Manizales será, salvo que ocurra algo extraordinario, la última que incluya corridas de toros en su programación. Esto representará un golpe muy fuerte para la identidad de la feria e, incluso, para su dimensión económica, pues este era el gran diferenciador de las fiestas que se realizan en el país a lo largo del año. Podrán programarse otros eventos y espectáculos -como ya ha ocurrido en los últimos años-, pero será muy difícil que la ciudad logre reemplazar el lugar que han ocupado las corridas de toros en sus celebraciones.