He dedicado más de cuarenta años a ejercer el Derecho penal y constitucional, y pocas veces había visto una transformación tan profunda como la que hoy vivimos con la irrupción de la inteligencia artificial (IA).
Lo que antes parecía un tema reservado a ingenieros y científicos, ahora toca de lleno a jueces, abogados y, en últimas, a la ciudadanía.
Los grandes maestros del derecho penal -Luigi Ferrajoli, Juan Bustos Ramírez, Hernando Devis Echandía, Alfonso Reyes Echandía, Manuel Salvador Grosso, entre otros- nos enseñaron que el Derecho es, sobre todo, un límite al poder y una garantía de dignidad humana. A ellos se suman referentes colombianos que han marcado generaciones de juristas: Juan Fernández Carrasquilla, Mario Salazar Marín, Nodier Agudelo Betancur, Yesid Reyes Alvarado, Carlos Arturo Gómez Pavajeau y el exmagistrado de la Corte Constitucional José Fernando Reyes Cuartas. Su pensamiento sigue siendo brújula para quienes nos enfrentamos a los dilemas de la justicia contemporánea.
Hoy, ese legado se encuentra con un actor inesperado: algoritmos capaces de procesar millones de datos en segundos. Pensemos en algo concreto: el análisis de precedentes judiciales. Antes, un abogado debía revisar cientos de sentencias para preparar un caso. Hoy, un sistema de IA puede identificar en minutos las tendencias de la Corte Constitucional o de la Corte Suprema de Justicia, ahorrando tiempo y orientando estrategias. Lo mismo aplica para los jueces, que pueden contar con herramientas que les ayuden a ver patrones en miles de decisiones.
Pero la tecnología no es infalible. La IA no es neutra: si se alimenta con información sesgada, reproducirá ese sesgo. Si se la usa sin controles, podría afectar derechos fundamentales como la igualdad, la intimidad o el debido proceso. ¿Qué pasaría si un algoritmo mal diseñado influye en una decisión judicial? ¿O si los datos personales de los ciudadanos terminan mal protegidos?
Aquí el Derecho constitucional se convierte en nuestro escudo. Es el marco que permitirá poner límites éticos y legales a esta revolución tecnológica. La IA debe ser un apoyo al trabajo humano, nunca un sustituto del criterio del juez ni del razonamiento crítico del abogado.
A los jóvenes que empiezan su carrera jurídica les digo: aprendan de los clásicos, de nuestros grandes maestros, pero no le teman a la tecnología. Quien sepa unir tradición y modernidad tendrá en sus manos una poderosa herramienta para defender derechos.
Estamos, en definitiva, frente a una revolución silenciosa. La inteligencia artificial ya está cambiando la justicia. La pregunta es si los juristas estaremos a la altura de dirigir ese cambio con responsabilidad, ética y humanidad.