En medio de los conflictos, la desigualdad y la crisis ambiental que amenazan la existencia humana, emerge una esperanza ética y jurídica: la “Constitución de la Tierra”, propuesta por el filósofo y jurista italiano Luigi Ferrajoli. Su planteamiento invita a pensar en un orden jurídico universal que sitúe la vida y la dignidad humana en el centro de toda estructura política y económica.
Ferrajoli propone una Constitución capaz de imponer límites a los estados soberanos en la gestión de los bienes comunes -el agua, el aire, la biodiversidad y el equilibrio climático-, pilares esenciales de los derechos humanos. Según él, la soberanía estatal debe ceder cuando lo que está en riesgo es la supervivencia del planeta. Esta visión configura un nuevo pacto de racionalidad política y responsabilidad global, orientado a garantizar los derechos de las generaciones presentes y futuras.
En este horizonte, la inteligencia artificial (IA) se proyecta como una herramienta aliada, no enemiga, del planeta. Aplicada bajo principios éticos, puede servir a la vigilancia ecológica, la administración sostenible de recursos naturales, el control de emisiones y la transparencia en los compromisos ambientales de los estados. La tecnología, bien dirigida, se convierte en instrumento de cooperación y justicia global.
Durante el XIX Conversatorio de la Jurisdicción Constitucional, celebrado en Manizales los días 26 y 27 de septiembre del 2024, escuchamos virtualmente a Ferrajoli reafirmar la necesidad de una Constitución planetaria que supere los límites del estado-nación y someta el poder político, económico y militar a los valores supremos de la vida y la dignidad. El jurista sostiene que: “Solo una Constitución de la Tierra que introduzca un demanio planetario para la tutela de los bienes de la naturaleza, prohíba las armas -comenzando por las nucleares- y limite los poderes salvajes de los estados, podrá garantizar un orden jurídico verdaderamente civilizatorio”.
Su propuesta exige reemplazar la lógica de la dominación por una de corresponsabilidad global. La academia, especialmente las facultades de Derecho y de Filosofía, debe liderar esta reflexión, promoviendo una educación jurídica orientada a la ética del planeta. De aplicarse esta postura, el Derecho dejaría de ser instrumento de poder para convertirse en un medio de preservación de la vida.
La inteligencia artificial, puesta al servicio de tales fines, puede hacer posible la gestión planetaria de los bienes comunes, fortaleciendo la voluntad humana mediante mecanismos que aseguren el cumplimiento de los pactos internacionales.
En este camino de esperanza, se propone un proceso constituyente de la Federación de la Tierra, abierto a todos los pueblos y estados, que estipule un pacto de convivencia y solidaridad sustentado en la ética y la tecnología. Porque, como bien resume esta idea que nos convoca: “El futuro de la humanidad depende de su capacidad para defenderse a sí misma. Y una constitución global es la mejor defensa”.