Nos dirigimos al río Tuparro de aguas verdes muy limpias y allí nos bañamos. En los arenales de la orilla, semihundido, se encuentra el bote que fue del temido coronel José Tomás Funes, funesto personaje negociante del caucho, nombrado en La Vorágine.
Dos camiones llegaron por nosotros y por un carreteable de la sabana paralelo al Orinoco salvamos el mítico raudal de Maipures; llegamos a un sitio, a orillas del río, llamado Mantequero donde compramos gaseosas heladas.
El viaje en camión lleva por unos parajes de verdes pastizales, bosques ralos, tepuyes y grandes rocas redondeadas.
Hace muchos años yo visité Mantequero, que era entonces un alijo de droga y contrabando.
En esta misma zona y a orillas del Orinoco, mucho más arriba, frente a la isla Ratón y a un poblado de Venezuela, vivía solitaria una señora que ejercía el oficio de la prostitución, era visitada tanto por venezolanos como por colombianos que venían desde lejos a gozar de sus servicios y vendía gaseosas.
Era el único lugar en muchos kilómetros a la redonda. En ese tiempo a 200 metros de El Balancín, en la exacta desembocadura del Tuparro en el Orinoco, existían varias casas e incluso un hotel para funcionarios y turistas.
Mis compañeros y yo nos alojábamos allí y nos desplazábamos caminando por todo el Parque, visitábamos las ruinas de San José de Maipures y avanzábamos hasta donde vendían las cocacolas y les traíamos también a los funcionarios del Parque.
Para los malpensados les digo que solo íbamos por las gaseosas.
En una ocasión solo atendía el negocio un niño, hijo de la señora de marras, que nos vendió las gaseosas y nos dijo que estudiaba en uno de los colegios del norte de Bogotá, colegio de ricos, y que estaba de vacaciones allá en el Orinoco.
El hecho nos llamó mucho la atención. Le dije que en determinada fecha yo proyectaría ese viaje, como hago los últimos viernes de mes en el Colegio Champagnat de Bogotá y que lo invitaba a que asistiera. Me dijo que lo haría, pero no se presentó.
Nos llamó la atención que la señora con su trabajo pudiera pagarle un colegio caro al norte de Bogotá.
Es muy triste ver la situación actual del Parque Tuparro.
Cuando lo conocí en los años 70 había 46 funcionarios; ahora solo hay 4 o 5 que se encuentran cerca de las bocas del Tomo en el Orinoco y las instalaciones que había cerca de El Balancín ya no existen.
El hotel para atender a los turistas se cayó y solo quedan unos muros.
Contribuyeron a la caída del hotel unos cucarrones enormes que hacían huecos en la madera. Por todas partes la madera estaba perforada por estos insectos hasta que definitivamente colapsó. A la madera le faltó inmunización y aplicarle venenos.
Añoro aquellos tiempos en que nos trepábamos a todos los tepuyes del Parque, recorríamos las sabanas, oíamos a veces por las tardecitas los rugidos del tigre y veíamos sus huellas en los arenales.
“Ah, tristemente os aseguro, tanta belleza fue verdad”. (“El sol de los venados”. Eduardo Carranza). También vivimos bellísimos atardeceres a orillas del Orinoco.