Sueños de un soñador
Señor director:
Me acosté a dormir bajo la trémula carpa de un país llamado Colombia. Soñé que los ángeles de la paz rociaban agua bendita sobre cada uno de los hijos de esta patria con hisopos de amor hasta empapar todo su sacrosanto cuerpo con hálito de sinceridad y de gloria. Soñé que entre los hijos de esta Nación, florecían ramos de convivencia llenos de solidaridad, bienestar y convivencia. Soñé que de su interior brotaban ramos de fraternidad con el rocío de amaneceres, adornando la cúspide de su maternidad, cubriendo con el manto mágico de su infinita grandeza el cuerpo mortal y vulnerable de cada uno de sus hijos. Soñé que un halo de justicia brotaba de su impoluta aureola, llenando aquí y allá todos los espacios de una tierra que nos pertenece a todos. Soñé que la guerra fratricida había terminado y que las cruces en los cementerios eran juegos fatuos de infaustos tiempos sepultados por el inexorable paso de los años.
Soñé que los politiqueros de otrora, fantasmas sangrientos de un ayer “inexistente”, de un estado febril, habían lavado su conciencia dando paso a una generación de seres humanos nuevos en la arcadia feliz en un mundo lleno de anhelos y esperanzas. Soñé que los corruptos se habían ahogado en el mar inmenso de su avaricia, en el veneno de su propia maldad, en el tósigo de su propia insensatez y villanía. Soñé que las discordias, enfrentamientos y luchas por el poder, se habían transformado en armonía y en un frondoso árbol lleno de frutos para todos los colombianos.
Soñé que todos como hermanos nos sentábamos en la misma mesa a saborear el dulce pan amasado con amor por las manos benditas de una madre común que llamamos patria. Soñé que nos podíamos desplazar sin temores, sin acariciar peligros, por las vías seguras de nuestro recorrido por las avenidas de nuestra existencia sin pensar siquiera que los intrusos de la maldad hurtaran los espacios sublimes de la tranquilidad. Soñé que la justicia salía a pasear por todos los senderos sin meandros, ni escondrijos mostrando la rectitud de su conciencia sin dilaciones, ni sesgos, ni parcialidades.
Soñé que una educación de verdad sacudía el interior de nuestro cerebro irrigando sabiduría, sembrando nuevos amaneceres con destellos de renovación y de transformación, formado ciudadanos que enriquecían el devenir de una pujante y enhiesta generación que cambiaban la oscuridad de una Colombia que ha vivido en la tinieblas de su ignorancia pregonando igualdad y equidad para todos sin exclusiones.
Soñé que una mano tierna y dulce acariciaba mi rostro con la suavidad y el olor de una diosa mañanera y…, mis ojos se fueron abriendo con lentitud dejando de percibir el aroma encantado de una noche de placidez, soñando irrealidades en una Colombia pletórica de sueños, de anhelos, de utopías… Pero, así te seguiremos amando hasta la muerte bajo el cielo celeste de una hermosa patria.
Elceario de J.Arias Aristizábal
Cantón y el artículo
Señor director:
El Papel Salmón del 22 de junio presenta una página bajo el título Bicentenario en Cantón. Al leer ese título los lectores informados piensan que se refiere a la gran ciudad china. Para referirse al antiguo cantón de Supía el título debió ser Bicentenario en EL cantón.
Como escribió Benjamín Franklin, “un descuido puede causar agravio: por falta de un clavo se perdió la herradura, por falta de una herradura se perdió al caballo, por falta del caballo se perdió al jinete”. Y sigamos: por falta de un jinete se perdió la batalla; por la derrota en la batalla se perdió el reino.
Un profesor