Nación, al garete
Señor director: 

Es cada vez más honda y dolorosa la desazón que experimento al mirar la marcha de nuestra querida patria, a la que guías ciegos, desatinados y perversos conducen hacia el abismo. Un proceso nefasto y de muchos años, en el cual, por una parte, múltiples mecanismos diabólicos fueron minando los fundamentos de una cultura cristiana acendrada que nutría nuestras costumbres, y por otra los responsables de orientar el pensamiento y la acción de los colombianos, en el ámbito académico como en el político y hasta en el religioso fueron perdiendo la ardentía y el valor que se requieren para librar las batallas necesarias en defensa de los principios. Todo esto desembocó, como tenía que ser, en el día aciago en que pudieron usurpar las riendas del poder los enemigos de aquella cultura.
Son tantos y tan graves los problemas que ensombrecen la realidad colombiana; son tan ominosas y siniestras las acciones del que ilegítimamente nos desgobierna y de los palafreneros que lo rodean; es tan evidente y deplorable la descomposición de los organismos y estructuras que componen la arquitectura social y política de Colombia que uno no atina a escoger el tema más urgente sobre el cual reflexionar y llamar la atención. Con el timón en manos de alguien tan desquiciado, incoherente y lunático como el actual presidente, qué de raro tiene que la nave de la Nación esté al garete. Desentendido de los reales problemas y dificultades que agobian al pueblo colombiano, él obra alocadamente con la única e insensata obsesión de poner a Colombia en la órbita comunistoide del socialismo del siglo XXI; sin que en aras de alcanzar ese propósito le importe una higa sacrificar muchos logros alcanzados por nuestra sociedad a lo largo de muchas décadas, llevarse por delante todos los elementos institucionales que le han dado solidez a Colombia como país democrático, y arrasar cuanto represente un valor ético o religioso. 
Y que pueda seguir avanzando en esa tarea proditoria, solo se explica por el hecho de contar, como cuenta, con un Congreso corrompido hasta los tuétanos, escenario del más nauseabundo episodio de corrupción que se haya dado en muchos años, y en cuyo recinto no tienen eco las voces, las pocas voces, que se alzan para defender lo que está siendo destruido; con unas cortes venales y prevaricadoras manejadas por personajes carentes del majestuoso y venerable sentido de la rectitud, la moral y la justicia; con un ejército al que él ha logrado emascular y convertir en el hazmerreír de las hordas y de los maleantes; con la actitud vergonzante de los que fueron otrora partidos políticos abanderados de principios, convertidos hoy en cenáculos mendicantes de prebendas burocráticas y dispuestos a cualquier claudicación ideológica para alcanzarlas. Sigamos implorando la protección del Dios de Colombia; solo Él podrá sacarnos del túnel tenebroso que hoy atraviesa nuestra patria.
Mario García Isaza .
 

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