La desigualdad al servicio de la desigualdad
Señor director:
El motor de la actividad política entre los populistas del tercer mundo es la denuncia de la desigualdad. Pero detrás de ella se esconden desigualdades que muchos denunciantes usan con perversa habilidad para ponerlas al servicio de cuestionables motivaciones personales: ambiciones económicas y de poder; narcisismos, megalomanías o soberbias; sed de venganza, odios etc. Así lo prueban declaraciones públicas de muchos de los líderes de estos denunciantes. El mapa político mundial también lo ilustra con figuras como Maduro, Trump, Ortega, AMLO, Putin, Kim Jong-un y otros muy cercanos a nosotros.
La denuncia tercermundista de la desigualdad distingue dos bandos. Uno conformado por grandes propietarios y ejecutivos, acusado de valerse de los gobiernos para concentrar privilegios. Este bando es el más desnudado y atacado. El otro bando es el de los denunciantes que, amparados en la nobilísima causa de la justicia social, responsabilizan al primero de todos los males habidos y por haber.
Los adalides de la lucha por la igualdad social, en particular los del segundo bando, que dicen ser los únicos legítimos portadores de la bandera de la justicia, la verdad y la corrección, están obligados por sus propias pretensiones a ser transparentemente coherentes en todas sus acciones. No pueden usar irresponsable y engañosamente las desigualdades que a ellos les favorecen. ¿De qué hablamos? En una sociedad desigual, el acceso al conocimiento científico, a las humanidades y al arte es también desigual. Siendo así, los profesores universitarios y del bachillerato no deben aprovecharse de la desigualdad en que se encuentran sus estudiantes para inducirlos a profesar ideologías que les hacen creer en mundos que no podrán existir en las condiciones objetivas del mundo real. Debemos soñar, sí, pero mejor si lo hacemos fundamentados en una sólida formación académica.
Un o una docente está en el derecho de ser simpatizante o, si se quiere, apasionado/a seguidor/a (o víctima) de una ideología; pero la responsabilidad social y profesional de su ejercicio le exige estar en condiciones de permitir que sus alumnos puedan diferenciar cuándo enseña desde el saber y las exigencias propias de la ciencia, de las humanidades o del arte, y cuándo lo hace desde sus subjetivas y tal vez caprichosas e irracionales inclinaciones ideológicas. Obviamente, para poder hacerlo, él o ella tendrán que saber diferenciar esas formas de conocimiento y ser decididamente autocríticos/as.
Jorge O. López Villa.