Idiotez y patetismo
Señor director:
Hace unos años, viendo en televisión ese gran número de gente que salió a vitorear a Diomedes Díaz después de ser liberado de la cárcel por el grave delito que había cometido, con la sangre hirviéndome de rabia, pensaba que la idiotez patente en esas absurdas caravanas de la desfachatez eran manifestaciones propias solamente de estos andurriales, donde el rechazo social y el horror ante el vil y cobarde homicidio de Doris Adriana Niño cedía y quedaba definitivamente opacado por el fervor y entusiasmo que, como artista, generaba quien con total sangre fría lo había cometido.
No entendía (ni lo entiendo) cómo un hecho tan deleznable contra una mujer indefensa, no despertara en la sociedad obvios sentimientos de aversión y repulsa para su homicida. Pues bien, lo que sucedió en Francia con el actor Gérard Depardieu, acusado de diferentes vejaciones sexuales y violación contra algunas mujeres y la patética defensa a ultranza de diferentes directores de cine, actores y actrices, e inclusive hasta del presidente Macron, demuestra que, como bien se dice popularmente, “en todas partes se cuecen habas”.
Por más actor de primerísimo orden que se le considere, por más que se le tenga como monstruo sagrado e icono del cine francés, las despreciables acciones de Depardieu, su conducta abusiva y delictiva no puede ser explicada, justificada o intentar ser minimizada de ninguna manera y constituye suma idiotez calificar de “ataque al arte” las denuncias que esas valerosas mujeres se atrevieron a elevar en contra del actor. De hecho, no solo patente idiotez, sino también actitud mezquina y desconsiderada con las víctimas.
Ciertamente no logra uno explicarse, ni mucho menos entender, cómo personas que tienen madre, hijas, hermanas, sobrinas, amigas, etcétera, es decir, mujeres de sus afectos que pueden verse en ese trance y llegar a ser objeto de tal clase de ataques, puedan y procedan a defender este tipo de agresores, cuya posición destacada en la sociedad no puede ser una patente de corso para sus horribles atropellos.
Atentamente,
Óscar Villada Martínez
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