Oro, Incienso y Mirra
Señor director:

El ensayo o estudio que lleva este título, escrito por el padre Óscar González Villa e inédito hasta hace pocos años, pues fue publicado en el Papel Salmón de LA PATRIA, es una verdadera tesis de teología bíblica que se puede calificar de doctoral.
Nadie antes, que se sepa, había interpretado en el sentido como lo hizo el autor las ofrendas que los Magos de Oriente le presentaron al Niño Jesús. Los Santos Padres de la Iglesia antigua entendieron los dones de oro, incienso y mirra como significativos de las condiciones o cualidades del recién nacido, a saber, la realeza, la divinidad y la auténtica humanidad del Mesías, respectivamente. Y con los Padres de la Iglesia, toda la tradición posterior.
Pero la reflexión del padre González Villa -licenciado en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma y profesor de esta asignatura en el Seminario Mayor de Manizales durante largo tiempo- llega a una interpretación novedosa y profunda: los regalos de los Magos representan la ofrenda que ellos hacen de sí mismos y el ofrecimiento que los hombres de todas las latitudes y épocas debemos a Dios. Así, el oro es símbolo de la inteligencia, el incienso es signo del sentimiento y de los afectos, y la mirra es figura de la voluntad.
Esta es la intuición central del trabajo del padre Óscar: que los presentes de los Magos, por ser precisamente ofrendas, significan algo esencial y valiosísimo del ser humano, sus facultades más importantes, que lo constituyen e identifican como creatura racional. En los dones que los Magos sacan de sus cofres quieren expresar su entrega personal y total al “rey de los judíos que ha nacido” (Mateo 2, 2).
La explicación del padre Óscar (fallecido en junio de 2015) tiene también una proyección pastoral, cual es el alcance o la incidencia para la vida cristiana, para la vivencia de un cristianismo a fondo y no meramente superficial, devocional, puramente ritualista, moralista y sociológico. La Iglesia, en su entrega a Cristo y en su tarea evangelizadora, ha de conocer la palabra de Dios (el oro, el entendimiento), está llamada a darle culto de amor (el incienso, el afecto y los sentimientos) y debe comprometerse a vivir según la voluntad divina (la mirra, la voluntad o querer).
El trabajo aquí comentado posee, además, el mérito de una expresión literaria castiza y elegante, y a la vez clara y limpia, comprensible para la mayoría de los lectores que se acerquen a esas páginas tan llamativas.
Jaime Pinzón M., presbítero

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