El amor
Señor director: 

“…es perdonarme tú, es comprenderte yo…”
Cada año, por el mes de diciembre, el mundo católico celebra la natividad de Jesús, quien con su vida y obra marcó un antes y un después en la historia de la humanidad. El movimiento pacificador de Jesucristo, inspirado en la preeminencia del amor que vivenció durante su vida pública, despertó la ira y desconfianza del gobierno dictatorial del Imperio romano de la época, que vio amenazado su “reinado”. Por proponer un estilo de vida centrado en el amor, la humildad, la justicia y el perdón, fue sometido al escarnio público, a la tortura y la muerte en la cruz. Este atroz crimen, presenciado en silencio y con miedo por sus seguidores, es considerado uno de los acontecimientos más violentos registrados en la historia de la especie humana. 
Con su silencio, también, Jesús renunció a defender su inocencia, dando así un claro mensaje de no condena para sus opresores y, en la cruz, le suplicó al Altísimo perdón para sus verdugos. Este regalo que heredamos de él, junto con sus enseñanzas y ejemplo, tiene su magia en el amor bíblico. Quien ama desde el espíritu es bueno, humilde, sencillo, misericordioso, desinteresado, paciente, justo y fuerte frente a la adversidad. En esencia, ese acto de amar desde el corazón florece en nuestro espíritu, aceptándonos como somos. 
En este mismo sentido, Deepak Chopra en su libro Las siete leyes espirituales del éxito nos recomienda hacer silencio, meditar, estar en conexión con la naturaleza y no juzgar a los demás. Esta disciplina, si es permanente, nos hace seres integrales y virtuosos. Con esta virtud de sanación interior —según el capítulo 13 de la Primera Epístola del apóstol San Pablo a los Corintios— estamos en la puerta de entrada de un camino adornado con un abanico de grandes posibilidades nacidas desde el amor. En este andar, la familia debe ser la primera beneficiada. Nuestra existencia inicia y finaliza en el seno del hogar; es aquí donde encontramos la verdadera riqueza que nos anima y da valor para continuar el camino. En este lugar fuimos cobijados por nuestros padres cuando éramos débiles e indefensos. Ahora nos corresponde asumir este compromiso con nuestra pareja e hijos.
La siguiente parada, no menos importante, se encuentra fuera del hogar. En este escenario, mucho más amplio, el amor se llena de vida cuando saludamos con amabilidad al habitante de la calle, cuando perdonamos a quienes nos ofenden, cuando consolamos al triste, cuando asistimos al enfermo, cuando nos solidarizamos con la miseria del otro, y cuando escuchamos y entendemos a los afligidos. El noble sentimiento del amor no se negocia, y ha sido una fuente de inspiración en todas las dimensiones de la vida humana, incluyendo el arte y la música. Para la muestra, tomo prestado el nombre de la extraordinaria canción de José Luis Perales, El amor, que da título a esta columna. 
Orlando Salgado Ramírez
 

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