El décimo hijo literario de nuestro amigo don elceario
Señor director:
Me salió en verso el título de este comentario al Pentagrama de Versos, la antología poética que el señor Elceario de J. Arias Aristizábal acaba de publicar “para que la poesía siga siendo el súmmum de la vida”, como expresa y se expresa el autor en la dedicatoria particular que tuvo a bien extenderme.
El considerado el mayor de los teólogos del siglo XX, suizo de habla alemana, jesuita al principio, diocesano después, ganador del Premio Pablo VI de Teología -especie de Nobel en esta disciplina intelectual-, cardenal fallecido antes de recibir el capelo, el padre Hans Urs von Balthasar, sostiene que la belleza es el trascendental de los trascendentales. En efecto, todo ser es uno, verdadero, bueno y bello: la unidad, la verdad, la bondad y la belleza son los atributos trascendentales del ser; pero entre ellos la belleza ostenta la primacía. ¿Por qué? Quizás porque es el atributo que más nos atrae, que nos fascina, que nos cautiva, que nos “embeleza”, esto es, que nos envuelve dentro de su propia esencia, la belleza en cuanto tal. Ahora bien, la poesía es belleza literaria.
El poemario está dedicado “a todas las personas que aprecian el néctar embriagador de la poesía y se extasían con el sabor del jugo misterioso de las gotas de miel que emanan del interior de un alma poética”. Constituye la selección de los mejores versos contenidos en los nueve poemarios anteriores que el autor ha dado a luz hasta el momento. En la presentación de la obra el poeta escribe: “Un hijo más del arte y del ocio, para que salga a pasear por todos los lugares de la tierra sin pagar pasajes, sin marearse, sin miedo a las alturas, sin visa y sin tener que pagar ni dormida, ni comida en los hoteles”.
La antología consta de cien poemas mal contados (pero bien cantados), noventa y ocho exactamente, que hablan de varios temas con gracia y “con sentimiento” (como en los cantos vallenatos). Uno de ellos lleva por título “¿Qué es la vida?”, pregunta a la que mi madre respondía con un gracejo: “Esta vida es un acabadero´e ropa”. Otro se intitula “Al popular soneto” y es una paráfrasis humorística del “Soneto de repente”, salido este último del cerebro del Monstruo de la Naturaleza, fray Lope Félix de Vega y Carpio. De otro más, “Don Quijote de La Mancha”, Elceario prende esta moraleja: “Hay locos tan cuerdos que a veces su lucidez nos enceguece”, doble paradoja imposible en teoría pero real en la práctica. En “Todo lo vendo” este vate de Aguabonita-Manzanares (Caldas) compite con el maestro León de Greiff (“Vendo mi vida, cambio mi vida; de todos modos la llevo perdida”). Las páginas 90 y 91 son un inmerecido homenaje a mi anecdotario “Canas y Arrugas”; y la “Pintura celestial” la termina con un elogio a mi persona, elogio que recibo con lo que pensaba Don Quijote: “No sé si por culpa de mis pecados o por mi buena suerte”.
La contracarátula del librito termina así, “con inspirado acento”: “Este es mi décimo y nuevo poemario / que he escrito con amor y sacrificio; / mi nombre, con orgullo, es Elceario / y espero no sea el final sino el inicio”. Lo recomiendo a ojo cerrado… o bien abierto.
Jaime Pinzón Medina, presbítero
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