Emanuela Orlandi
Señor director:
Junio 22 1983, Juan Pablo II viaja a su Polonia natal. Ese día es secuestrada Emanuela Orlandi, de 15 años, de una familia residente y trabajadora en el vaticano, durante 7 papados. Hubo una llamada a la prensa vaticana notificando el secuestro, pero de ésta se supo años después. Ella salía de clase de música en un instituto de Roma. Pietro, su padre, recibe 3 llamadas telefónicas de un americano pidiendo a cambio de Emanuela la liberación de Ali Agca, detenido por el atentado contra el papa.
Agca dijo en público no estar de acuerdo con el secuestro, apoyó a la niña, su familia, Italia y al Vaticano. El plazo era el 20 de julio. La prensa italiana recibió 2 llamadas para recoger de basureros de Roma sendos indicios del secuestro: copia de pago hecho por Emanuela en su escuela musical con escrito de su propia letra; el otro un casete de ella, quejándose de dolor. El plazo se cumplió y nada se supo. Días después, se recoge un mensaje anónimo: “vean la tumba en la basílica de San Apolinar”. Allí se encuentra la tumba de Renato Enrico de Pedis, mafioso italiano líder de “la magliana” dedicado al narcotráfico. Este fue asesinado en una calle de
Roma y el cardenal Ugo Poletti autorizó su sepultura. Por Sabrina Minardi, amante del gánster se supo que éste había tenido bajo su poder a Emanuela, encerrada en una casa donde Sabrina compartió 10 días su angustia.
Una noche Sabrina debió llevar a Emanuela a una gasolinera del vaticano donde un sacerdote la recogió en un carro. Sabrina le reclamó a Renato y éste dijo: todo es un juego de poder. Parece que la mafia le reclamaba al vaticano dineros depositados en su banco. Años después un mensaje de un hombre pide que vayan a los estudios cinematográficos de Dino de Laurentiis. Allí hallan la flauta de Emanuela. La familia dice que sí es. Y este hombre, Marco Acceti, se hace entrevistar como el secuestrador. Habla de fines políticos del secuestro que no se cumplieron.
En 2013, el papa Francisco tiene contacto con la madre y hermanos de Emanuela. Les dice 5 palabras: ella está en el cielo. La familia queda impactada. El periodista Emiliano Fitipaldi escribe en 2016 un libro sobre los intríngulis económicos del vaticano que Francisco trata de solucionar. Busca ayuda de un cardenal, Lorenzo Antoneti, quien le comparte un documento de 5 páginas donde se relacionan los gastos del vaticano con Emanuela de 1983-1997, realizados la mayoría en Londres en un hostal para chicas de una comunidad religiosa scalabrinianos. Fueron 21 millones de liras. En el 97 parece que Emanuela es enterrada cerca de su casa. Aparece un anónimo con foto de una sepultura vaticana: “busquen donde mira el ángel”. Se abre la tumba pero no hay nada, solo un cuarto subterráneo de 3 mts por 3. Una mujer declara que en su adolescencia fue amiga de Emanuela y ésta le contó de un acoso de una persona muy cercana al Papa. “La chica del vaticano” nos vuelve a informar de la vulnerabilidad de todo ser humano, que debe afrontarse con la auténtica energía espiritual que da la conversión a Dios y al amor real.
Alirio De Los Ríos Flórez
Acentos
Señor director:
El jueves 16 de marzo, en “La Voz del Lector”, el colaborador afirma que el adverbio de modo castizamente es palabra sobreesdrújula, cuando en realidad es grave, claro que sin tilde. Pasa que posee un primer acento en ti, y el segundo, en men, que es el definitivo para clasificar la palabra como grave o llana. Viene de castizo, también palabra grave, sin tilde por terminar en vocal. Lo mismo sucede en muchísimas más palabras de nuestro idioma, por ejemplo: “concisamente (de conciso), precisamente (de preciso), divinamente (de divino)” e infinitos casos más. En cambio, son sobreesdrújulas las palabras que como adverbios proceden de un adjetivo esdrújulo: rápidamente: rápido; válidamente: válido; estúpidamente: estúpido... y mantienen la tilde sobre la misma vocal, pero de esdrújulas pasan a sobreesdrújulas, por aumento de sílabas; de ahí que don Efraim Osorio López tiene toda la razón, como casi siempre.
¡Muchísimas gracias!...
Clemente Jiménez Fernández