Falta la Reforma Alimentaria
Señor Director:
Como lego que soy en materias económicas, y por puro pragmatismo, me atrevo a señalar que el actual gobierno se ha equivocado en prioridades al acometer las reformas que requiere el país. Es así como en lugar de presentar un proyecto sobre lo que yo llamaría LA REFORMA ALIMENTARIA ha preferido meterse con la salud, un sistema actual por demás aceptable, que sólo requeriría de algunos ajustes en cuanto a extensión de servicios, control a las EPS y otros aspectos de alguna importancia, dejando de lado nada menos que al hambre que azota a millones de colombianos, todo porque ha prolongado el abandono del campo al igual que regímenes anteriores desde muchos años atrás. Todos los esfuerzos gubernamentales, parlamentarios, empresariales, etc., se han concentrado en una cuestión que con una simple ley que reglamentara la estatutaria 1751 de 2015 habría cubierto las expectativas generales. En los campos colombianos, según encuestas recientes, residen más de doce millones de personas, cifra que podría acrecentarse en varios millones más si el estado en lugar de provocar migración campesina a base de ofertas de habitación gratuita, subsidios y sueldos libres de trabajo trasladara esos objetivos a todos los espacios rurales del país: vivienda, educación, salud, deportes, subvenciones a los pequeños y medianos agricultores para el pago de prestaciones y seguridad social de los trabajadores, y para la compra de abonos y demás insumos necesarios para la producción de alimentos. Y si, además, se propendiera por mantener en buen estado las vías terciarias y los caminos vecinales y se refundara alguna institución como el antiguo IDEMA con destino a la compra de las cosechas y su distribución en los pueblos y las ciudades y para comercializar los excedentes con otros países e importar aquellos frutos que no cultivamos en nuestros suelos. Pero, ante todo, que se establecieran controles efectivos para neutralizar en lo posible la corrupción, empezando por designar funcionarios y empleados competentes, experimentados y comprometidos, dejando de lado las preferencias ideológicas y politiqueras. Esa sí sería una nueva y verdadera “revolución en marcha” para conseguir la paz total y el bienestar de todos los compatriotas. Es que la carestía y el desempleo conducen necesariamente a la hambruna que lleva a la rabia de la gente, a la desnutrición y a la muerte misma.
A propósito, recuerdo con inmenso cariño y admiración al benemérito e inolvidable Sacerdote, el Padre Francisco Giraldo, el director de “la Casa del Pobre”, quien hace más de cincuenta años predicaba políticas sociales como las que se han dejado expuestas en párrafos anteriores, que de haberse puesto en práctica oportunamente habrían impedido que Colombia se encuentre hoy en las condiciones en que estamos.
Atentamente,
Manuel Galindo A.
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