Dios y patria
Señor director:
Las palabras que empleo para titular esta nota tienen un hondo significado y constituyen el lema de la institución del Estado encargada de velar por la vida, honra y bienes de los ciudadanos, la Policía Nacional
El pasado 5 de noviembre se conmemoraron los ciento treinta y dos años de su vida institucional y la verdad, me causo honda tristeza el silencio de los medios de comunicación, tan dispuestos a dar relevancia a hechos negativos que, como es natural en toda actividad que lleve el sello de lo humano, suceden en ese cuerpo respetable al que la sociedad tanto le debe; esa sociedad hoy tan
polarizada y presta para la crítica destructiva, tampoco es ajena a ello y hace énfasis en los hechos negativos, siendo por el contrario, cerrada como cofre de avaro a la solidaridad, reconocimiento y gratitud. Muy lejana resulta esa estampa histórica de los denominados “serenos” hombres ataviados con una rústica indumentaria conformada por ruana, sombrero, cotizas y farol en mano, acompañando a los pobladores de pequeños caseríos; hoy la sangrienta realidad de Colombia nos muestra un cuadro desolador, policías cautivos en poder de criminales, policías mutilados, hogares que se quedaron sin padre, niños condenados a la orfandad.
En este nuevo aniversario de la Policía Nacional, nuestro reconocimiento a todos los policías de Colombia, quienes con vocación de servicio y compromiso en la lucha contra la criminalidad, el mantenimiento del orden público en lejanas regiones y en el fortalecimiento de la seguridad ciudadana, velan por todos nosotros. La gratitud es la memoria del corazón.
Alba Quintero de Sarasty
Hemos caído muy bajo
Señor director:
A muy temprana edad entendí la barbarie que se refugia en el ser humano. Ante mis ojos la víctima quedó tendida en el piso en medio de un charco de su propia sangre. La disputa por un pedazo de tierra fue el detonante.
A su turno, mi padre narró su propia tragedia: “Con el magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán,
se desató una persecución implacable de la oligarquía colombiana. De Argelia, refugio de mi joven hogar, donde era propietario de una pequeña parcela de la cual derivaba mi sustento, fui desalojado y desplazado por los mercenarios. Los cadáveres de los vecinos se arrojaban al patio como una clara advertencia”.
Grandes momentos dantescos de la historia de la humanidad han sido reportados. El discurso de líderes mundiales centrado en la abolición de la esclavitud, la segregación racial, los derechos civiles y la libertad fue silenciado. Crueles dictadores sembraron el terror, humillaron y sometieron a sus pueblos. Adolf Hitler gestó y convocó a la Segunda Guerra mundial. El ejército alemán arrebataba a los judíos de sus residencias solo por practicar rituales diferentes. Los inocentes niños y ancianos eran subidos a los vagones, conducidos a los campos de concentración donde se sometían a trabajos forzados, torturas y asesinatos a través del fusilamiento masivo y las cámaras de gas. El Holocausto fue una
locura genocida con seis millones de judíos exterminados. En América, Cristóbal Colón trazó la ruta para que el pensamiento expansionista de Europa arrasara, a mano armada, las culturas milenarias de nuestros ancestros. Negras y negros fueron arrancados de sus tierras africanas, obligados a atravesar un mar desconocido para finalmente entender en tierra firme que, por ser considerados seres sin alma, podían ser esclavizados, aniquilados y convertidos en cosas.
Sentados en la misma mesa para conocer la verdad del conflicto armado, en Colombia los criminales, amparados en la amnistía, describen a medias la barbarie. Las afligidas víctimas y dolientes corrigen y completan la verdad, que nos deja sin aliento. Los cadáveres de nuestros inocentes hijos eran vestidos de bandidos y luego canjeados por una medalla, un ascenso o unos días de descanso. En otro pueblo, arrodillado ante el terror, la natural
rebeldía de niños y adolescentes se castigaba con la prisión en la isla de la tortura, donde eran sometidos a trabajos forzados. Los señalados eran colgados de los árboles, cercenados y luego rociados con ácidos, o eran inhumados vivos, con la cabeza a la vista, orinados y luego degollados, y los cuerpos fusilados y descuartizados acompañaban el cauce del río. El dolor, la indignación y la tristeza me afligen. Historias reales que retan la imaginación. ¡Qué horror!
“Somos el hazmerreír de todo el reino animal”, escribe Michio Kaku en su libro The destiny of humanity. ¿Será posible una total conexión entre la mente, el alma y el corazón de nuestra especie? Deseo ese milagro y quizás entonces el futuro de la humanidad podrá estar blindado.
Orlando Salgado Ramírez